13º Los callos.

Un familiar primo mío, muy cercano en el trato desde la infancia, fue ingresado por padecer un cólico de riñón. Tenía alguna edad más que yo, rondaba los cincuenta años. Gustaba de comer bien y beber todavía mejor. No había lugar que no supiese donde preparaban a la perfección tal o cual plato, no dudando en recorrer cien o doscientos kilómetros por una buena comida. En vinos era un auténtico experto, experto de verdad, no de esos que hablan de vinos por revistas o por oídos. Había comenzado los estudios de farmacia, a mitad de carrera plantó y se matriculó en químicas.


Se tomó los estudios con calma y los aprobados todavía con más calma aún.


-Esta carrera necesita masticarse lentamente, el conocimiento como la digestión deben realizarse sin prisas. Decía, mientras esbozaba una leve sonrisa.


Dirigía el departamento de química de una empresa, además de administrar el patrimonio familiar.


Soltero, sin compromiso y con una buena posición económica, pudo permitirse en poseer una excelente bodega de seleccionados vinos europeos, cuyas marcas y clases ignoran los que tanto les gusta hablar de lo que no saben.


Le hicieron la pruebas pertinentes, descartando la inflamación de la apéndice, así como la inflamación de ovarios como era lógico de suponer. Cálculos en el riñón y uno de gran tamaño, fue el diagnóstico. Si de aquí a unos días no se expulsan, habrá que extirpar el riñón derecho, el otro riñón hará la función de los dos, pero tendrás que contemplar una estricta dieta y por supuesto abandonar la vida que hasta ahora has llevado.


Al oír esto mi primo palideció. Si hubiesen entrado una manda de toros en la habitación, creo que hubiese guardado más entereza. Decirle que le extraerían un riñón y que tendría que variar su modo de vida fue golpearle con un mazo en el epicentro de su alma.


Era jueves cuando le comunicaron la noticia, al día siguiente, suspirando y resignado ante el inexorable destino, me dijo.


-Prima, mi niña bonita. Te acuerdas cuando eras niña de quien te cumplía los caprichos y quien te compraba las chucherias a costa del poco dinero que de niños teníamos.


-Si que lo recuerdo. Respondí emocionada.


-Me alegro por tí que no hayas perdido la memoria, sino estarías gagá y serías una vieja achacosa en lugar de una bonita e intrépida mujer.


-Muchas gracias.


-Me apetece y tengo el antojo de embarazada o de hombre hospitalizado, que viene a ser lo mismo, de comerme unos callos con garbanzos o a la gallega como dicen los de Madrid, y para bien cocharlos en el horno de mi estómago se necesita un rioja que lo irás a buscar a mi casa, yo te indicaré como encontrarlo.


Una cosa más, los callos, ya de pedir, tráemelos de Casa Janeiro son los mejores.


Pensé que tal vez esa sería la última vez que podría realizar un exceso semejante en el mejor de los casos y todo saliendo bien.


A la hora de la comida, allí tenía la botella de vino y la buena ración de callos. Permanecí a su lado mientras comió y bebió todo muy lentamente, saboreando con exquisita pulcritud, cada bocado y cerrando los párpados con cada sorbo del vino.


No pude resistirme, aunque soy bebedora de agua, cogí su vaso y le dí un buen trago al vino.


-¡Que bueno está! Exclamé.


-Que brutiña me eres. Esa no es manera de beber el vino. Lo haces como si bebieras un jarabe.


-Como tu quieras, pero está buenísimo.


Y le dí otro buen trago.


Unos días más tarde, el lunes volvieron a realizarle una ecografía y para asombro de todos, médicos, familiares y familiares médicos también. La gran piedra había desaparecido así como la mayor parte de los pequeños cálculos.


-Fueron los callos y el vino que me trajo el alma sensible y caritativa de mi prima, la única mujer de corazón y al parecer de seso y sexo también de la familia.


Su hermano pediatra se enfadó, tachándonos de irresponsable. Mi marido, médico también, otro tanto de lo mismo. Conduje a los dos a la habitación de mi primo, que contento como en días de pascua les tomó con habilidad dialéctica el pelo, llamándolos ingenuos, faltos de humor y amargados por las aspirinas.


Después dirigiéndose a mí.


-¿Tu marido aun no te ha llevado de vacaciones a la luna?.


-No, respondí riéndome, más por las caras de los dos galenos que por la pregunta.


-No me extraña, es médico y los médicos están tan faltos de imaginación que su mayor aspiración consiste en tener un chalet en una playa, un barco y un mercedes. De ahí no pasan y si lo hacen es para poseer el doble de lo anterior.
Esa misma tarde mi primo fue dado de alta en el hospital.

No hay comentarios: