1º La máquina.

Realicé mis primeras prácticas en la planta de cardiología de un conocido hospital general. Joven y sin experiencia alguna, servía de telonera a las enfermeras, como suele llamarse en el argot musical al grupo de relleno que acompaña a la banda estrella. De ellas aprendía y bajo sus indicaciones llevaba a la realidad los conocimientos teóricos que en las aulas había recibido.

Una de las enfermeras tenía un carácter áspero, rayando en la mala educación las contestaciones que frecuentemente daba a los enfermos y familiares.

Por mi parte no la soportaba, pero yo no era más que una enfermera que lo único que sabía de un enfermo, es que era alguien que se encontraba postrado en una cama por causa de una dolencia.

Ahí finalizaba todo mi conocimiento, precisamente en el lugar en donde tenía su comienzo. De todas maneras detestaba ese trato y esas respuestas, pero nada podía hacer.

Los pacientes no la tragaban, cuando la veían entrar en las habitaciones apretaban los labios manifestando sus rostros expresión de desagrado.

En una de las ocasiones administrando la medicación, uno de los aparatos que registraban las mediciones del corazón de una enferma, se había parado.

La enfermera al verlo de esa manera comenzó a despotricar culpabilizando indirectamente a la enferma. Intenté calmarla desviando la atención diciendo que las máquinas son máquinas y tienen averías.

No atendía a razones, mis palabras no servían para nada. Después comenzó a decir repetidas veces mientras manipulaba los botones y mandos.

-¡Pues el aparato no funciona, no funciona! ¡Antes funcionaba y ahora no funciona!. ¡Esto no puede ser, la máquina no funciona!.

Me fijé en la enferma que comenzó a mover la cabeza lentamente a la vez que su rostro adquiría un color pálido.

Con los años aprendí que los ojos, las miradas, las expresiones y el color del rostro son indicativas señales predecesoras de comportamientos.

Un perro primero lo indica con el ladrido, con sus diferentes gamas e intensidades, si manifiesta agresividad además se le erizan los pelos del lomo, con una mayor agresividad gruñe al tiempo que arruga la piel del hocico enseñando ligeramente los dientes. Con estas actitudes está avisando, pero cuando la piel del hocico se arruga de tal manera mostrando los dientes y los colmillos, es que va a realizar un ataque inminente.

Al rostro de las personas le ocurre algo parecido, si tengo una discusión con alguien y a este alguien se la hincha un poco la cara, o se pone rojo, como suele decirse, rojo de ira, está mostrando su enfado y su cólera.

La razón no es otra que la sangre acude a su cara, pero cuando el rostro pasa de ese color a un color pálido quiere decir que la sangre se traslada a los músculos y entonces al igual que el perro mostrando los colmillos, ese alguien va a pasar a la acción.

Eso fue lo que ocurrió, con un movimiento rápido extendió su brazo agarrando a la enfermera por el pelo, balanceó su cabeza como una muñeca de un lado para otro, mientras le decía.

-¡Pues yo estoy viva¡ ¡Yo estoy viva! ¿Me oyes? ¡Estoy viva¡.

La enfermera chillaba hasta que logró desasirse, o hasta que la mano libró su cabellera. Por mi parte no hice el menor ademan de ayudarla.

Salió escopetada de la habitación con el pelo revuelto de loca, que le iba a su carácter como anillo al dedo de una aspirante a matrimonio.

Salí tras ella, guiñándole un ojo a la paciente al tiempo que levantando el pulgar de mi mano, le mostraba mis más sinceras felicitaciones.

2º La mujer del moño.

Recién acabados mis estudios de enfermería me fui a Londres, donde trabajé durante tres años en varios hospitales. La decisión de Londres no fue tomada sin haber pensado antes los pros y contra. Por un lado aprovecharía mi estancia en ese país para practicar y perfeccionar mi inglés, viviría en una de las ciudades más importantes del mundo, conocería la sanidad hospitalaria inglesa y me vendría con algunos ahorros. Pero sobre todas estas consideraciones, lo que acabó convenciéndome, era el trato que dispensaban tanto el personal médico como los pacientes a las enfermeras españolas. Me aseguraban que destacábamos por preparación y conocimientos y que nuestro carácter risueño era muy apreciado.

Pasado ese tiempo volví a mi ciudad, ese mismo año aprobé sin mucho esfuerzo los exámenes en los que se me admitía como enfermera fija de la sanidad pública española.

Puesto de trabajo asegurado de por vida, con una actividad que era de mi agrado, joven y con toda la vida por delante, que más podía pedir.

En esos momentos nada, pero poco después, lo pedía todo sin saber lo que ese todo era. Hay momentos en la vida de las personas que se sienten vacías, con vaciedad anímica, es como si uno sintiese el alma y el cuerpo separados como dos elementos distintos, que viviendo juntos y necesitándose ambos, no vibrasen al unísono. El equivalente es el de un matrimonio en el que el hombre y la mujer no tengan nada en común, sintiéndose como dos extraños, aburridamente extraños y obligados a vivir con esa rutinaria monotonía día tras día. Así comencé a estar yo, pero peor, porque a esto debe añadírsele la soledad, la soledad no es estar sola, la soledad es estar sola con una misma, y yo no podía ni eso, por que mi yo se encontraba dividido, siendo incomprendida por otras personas y lo que era peor, sintiéndome incomprendida por mí misma.

Después de las tormentas viene la calma y eso fue lo que con el tiempo sucedió, el tiempo solamente no, el tiempo así considerado es como un mantel sobre una mesa, necesita algo encima, ese algo son los acontecimientos, sensaciones, experiencias, sentimientos, actuaciones e intenciones que en el tiempo suceden.

Con todo eso, el tiempo cobra vida, se humaniza, sin eso, el tiempo es tiempo que podrá ser utilizado para formulaciones en física cuántica, pero sin humanidad y sin vida, al menos aparente.

Que estaba al borde de la depresión, casi seguro, de la desesperación era muy posible, de la enajenación muy probable. Pero quien no haya caminado alguna vez en su vida por la acera que bordea la locura, no dejará nunca de ser una persona vulgar y simple, de mente estrecha y espíritu mezquino.

Llevaba dos años trabajando en un conocido hospital, los últimos meses me destinaron a la planta de cuidados paliativos, como bien se entiende por el enunciado de la planta, paliar no es curar. Paliar es disminuir, dulcificar, en otras palabras asistir con medicamentos a una muerte inexorable y cercana o ayudar a bien morir.

El trato con este tipo de personas enfermas, la mayor parte de ellas ancianos, cada una de ellas con enfermedades distintas y con personas jóvenes cada vez con más frecuencia, aquejadas sobre todo de cánceres fue una de los primeros peldaños que me condujeron a la unión de mi yo dividido, y que me hicieron comenzar a tener conciencia de mí y de lo que me rodeaba.

Es hermoso comprobar como el cuerpo va cumpliendo su ciclo, agotando sus fases; como hermoso es comprobar como el espíritu evoluciona hasta límites insospechados y como al final se estanca por el entorpecimiento de su principal instrumento.

Casi enfrente al control de recepción de enfermería, se encontraba la habitación cuatrocientos veintiséis.

Algunas noches oía hablar a alguna enferma que se encontraba sin atenciones de los familiares, hecho este mucho más frecuente de lo que puede pensarse. Imaginaba que hablaría una paciente con la compañera de al lado.

Una de las veces que entre en la habitación cuatrocientos veintiséis, con la medicación pertinente, caí en la cuenta que las voces que antes había oído no podían provenir de la otra paciente puesto que se encontraba totalmente sedada. La señora que estaba despierta y prácticamente sin visita alguna de día ni de noche me recibió con una sonrisa. Tengo por costumbre dirigirme siempre a los enfermos con tono cordial, alegre y familiar a veces hace más una palabra amable o una sencilla caricia que el más avanzado de los medicamentos.

Eso hice y además comenté –Así está de contenta, tiene visita.

-Y muy agradable por cierto, la señora de pelo blanco que recoge su pelo con un bonito moño es encantadora.

-Debe serlo porque las oí cuchichear bastante tiempo.

-Me dijo que volvería a visitarme.

-Porqué no habría de volver.

-Volverá, ella dijo que vendría, son tan tranquilizadoras sus palabras, su presencia da una paz que inunda el alma.

Era el momento de la medicación en planta, esa misma tarde a última hora hubo varias nuevas enfermas ingresadas y el trabajo se acumulaba en cortos periodos de tiempo. Salí de la habitación sonriendo e impresionada por las palabras que acababa de escuchar.

Me olvidé señalar que yo había escogido voluntariamente el turno de noche, la razón no era otra que el muchacho con el que salía en aquél momento también tenía un trabajo nocturno.

Días mas tarde escuché de nuevo hablar en la habitación, me encaminé por curiosidad, lo reconozco, a la 426.

Las voces cada vez eran más claras, un timbre suena y la luz roja de una de las habitaciones se enciende al fondo del pasillo, sigo caminado para ver que ocurre.

Podría dejarlo para que lohiciese una compañera auxiliar, pero ya que estaba en el pasillo, preferí hacerlo yo misma. Cuando volví y entré en la 426, las voces habían cesado.

-¿Hubo visita también hoy? Pregunté.

-Sí, y agradable por partida doble.

-¿Porqué por partida doble?.

-Una por la visita en sí que la agradezco, otra porque me dijo que no me preocupase, esta semana me darían el alta hospitalaria, que todavía no llegara mi hora.

El médico no podía ser porque a esas horas, salvo que sean llamadas de urgencia no aparecen por la planta.

-¿Quien le ha dicho esa buena noticia? Pregunté con muestras de alegría, sabiendo que esta mujer no pasaría de los diez días de vida.

-La señora que tiene el pelo blanco recogido en un bonito moño.

-¿Donde está, se fue ya?.

-No os habéis cruzado, tendríais que haberos visto en el pasillo. Es imposible, añadió, que no te hayas fijado en ella, tiene algo especial.

Esa misma semana, la paciente fue dada de alta. Seguía con su enfermedad, pero todas las pruebas efectuadas en esos días dieron resultados aceptables y su salud había mejorado inexplicablemente.

Unos meses mas tarde volvió a suceder una situación similar con otra paciente, con la diferencia de que me hizo este comentario cogiéndome de la mano –mañana me moriré antes del mediodía.

-Para tranquilizarla le respondí –nuestra hora está escrita en el cielo, y esa escritura nadie la conoce.

-Yo sí, me lo ha dicho la mujer de pelo blanco recogido en un moño.

Fuí siempre escéptica y muy materialista, no en el sentido económico, sino que para mi la materia era concentración de energía, pero que materia y energía era solo materia. Quiero decir que si hay personas que se inclinan por la psicología y el psicoanálisis, yo era de las que me inclinaba por la traumatología y las operaciones. Es decir, materia, materia tangible.

La noche siguiente al entrar en mi turno, me comunicaron el fallecimiento de la enferma de la habitación 426.

Un mes mas tarde aproximadamente, estuve sin asistir al trabajo casi una semana debido a una torcedura de un pié, torcedura producida en una caída tonta, como suele decirse, como si hubiese caídas listas.

Cuando me incorporé de nuevo al hospital, la compañera que ocupó mi lugar durante ese tiempo me hizo el siguiente comentario –la paciente de la 426, me tuvo toda la noche intrigada, llegó incluso a asustarme, la oía hablar, entraba y se encontraba sola. Lo curioso era que yo escuchaba dos voces distintas. Ella me aseguraba que hablaba con una mujer de pelo blanco que lo llevaba recogido en un bonito moño.

3º La sortija.

Recuerdo que había sido un verano especialmente caluroso, se encontraba ingresado en la planta de paliativos un paciente que por su aspecto nadie diría que una grave enfermedad consumía su cuerpo.

Había rechazado todo tipo de tratamiento de radioterapia y quimioterapia, muy de moda entonces y del que se abusaba hasta agotar al enfermo, conduciéndolo al borde de la muerte, no sabiéndose la mayoría de las veces quien aceleraba más su llegada si el tratamiento o la enfermedad misma.

A pesar de su dolencia y del tratamiento con potentes calmantes, mantenía la lucidez y buen humor, cosas ambas muy poco frecuentes, por no decir inexistentesen estos enfermos. Su conversación era inteligente y yo joven como era aprendía de él, siempre que podía y con cualquier pretexto entraba en la habitación para escucharlo, como apenas recibía visitas notaba en su rostro que mi presencia le era grata.

Ese verano su aspecto se deterioró visiblemente así como sus fuerzas, todo ocurrió en un corto plazo de tiempo que no excedería mucho de un mes.

Poco antes de su muerte me comentó –He cumplido los setenta y cinco años, he vivido con la intensidad que he sabido y agotado las fases de mi vida hasta el último sorbo, la vida ha sido tan generosa conmigo que no puedo más que estarle agradecido, la enfermedad es algo natural y consustancial que va unida a la naturaleza animal del hombre. Morirse de una enfermedad o de otra es lo que menos importa, lo que ya tiene otra importancia es morirse en las fases tempranas, pero lo que tiene verdadera importancia es cuando te quitan la vida por la fuerza o cuando de impiden vivir, robándote la vida sin darte cuenta. Me refiero con esto último, a los muertos vivientes que han sido casi todas las personas a las que he tratado, puedo asegurarte que a muy pocas personas he encontrado con vida, realmente con vida y viviendo.

Me gustaría abandonar este cuerpo antes de que mi aspecto físico se deteriore más de lo que ya lo está. Pero como sabes, la moral y las leyes que esta moral hace como extensión suya, impiden que se me pueda facilitar una cantidad más de la morfina que habitualmente se me suministra. En fin la piedad que se tiene con los animales, se les niega a los humanos, y todo, por que la vida es de Dios según algunos, o por que la vida pertenece al estado y es el estado quien decide en última instancia que hacer con ella.

Si yo en una reyerta en la calle doy muerte a un semejante, automáticamente me convierto en una asesino y el estado secuestra mi vida en una cárcel, o me condenan a una pena capital como eufemísticamente la llaman, y todo ello no con la intención de regenerarme, sino con la intención de castigarme con ánimo de venganza.

Si yo lo hago, cometo asesinato, si lo hacen ellos ajustician.

Pero si el estado me envía a una guerra, vaya yo a ella por voluntad u obligado como soldado, y en esta guerra yo doy muerte a mil semejantes, automáticamente me convierto en un héroe y recibo condecoraciones como tal.

Fatigado por sus palabras y con esfuerzo, me indicó que en el pequeño armario buscase entre los bolsillos de su chaqueta, mis dedos encontraron una pequeña cajita que le entregué. La abrió, observó como ensimismado una bonita sortija que esta contenía.

-Perteneció a una mujer hermosa a la que amé hasta donde es capaz de amar un hombre. La mandé hacer a propósito engarzando en ella un buen brillante.

Cuando esta mujer falleció que fue hace tres años, me la devolvió diciéndome, que la sortija había cumplido su cometido y que la regalase a quien creyera conveniente.

Así que he decidido regalártela a tí, deseándote con ella que encuentres a un hombre que te ame como yo he amado a su anterior propietaria, o todavía mejor, deseándote que encuentres a un hombre al que ames hasta el límite que una mujer sea capaz.

Es bueno que la dejes sumergida durante un día completo en un vaso con agua salada, con esto la limpiarás de energías extrañas, igualmente debes hacerlo con tus propias joyas una o dos veces al año.

-No puedo aceptarlo, dije moviendo la cabeza y turbada, es de mucho valor.

-Y yo no acepto esa actitud infantil de una mujer inteligente. Para disipar todo tipo de malos entendidos toma este papel escrito, con él cerrarás la boca de quien se haya atrevido a abrirla. No obstante llama a una de tus compañeras, mejor si es hombre, tocante a ciertos temas el hombre suele ser más noble que la mujer, delante de él repetiré que el obsequio es en agradecimiento por los cuidados que de ti he tenido.

Por favor llama a uno de tus compañeros, siento que una gran fatiga invade mi cuerpo y necesito descansar.

Esa misma noche falleció. Falleció sólo y abandonado. No, falleció acompañado de sus recuerdos, y sin miedo alguno como sin miedos había vivido, su rostro estaba tranquilo y relajado, sin el aspecto grotesco que con frecuencia adoptan los rostros de los ancianos con la muerte.

Quien sabe si no estaba acompañado por la mujer a la que tanto había amado.

4º Lo que desconozco de mi.

Hago referencia a la etapa en que me encontraba en la planta de paliativos, porque marcó mi vida en múltiples aspectos, aspectos todos ellos enriquecedores que contribuyeron a formarme como mujer.

En la vida de la persona, todos sus actos deben contribuir a su aprendizaje, toda experiencia debe ser reflexionada e incorporada a su bagaje vital como acervo de su espíritu, sin pararse en calificar estas experiencias en buenas o malas. Las experiencias son experiencias y nada más, el calificarlas es valorarlas con un esquema previo, esquema que obedece a menudo a criterios morales de ámbito local. Esto que parece tan sencillo me ha sido muy difícil de entender y todavía más difícil de interiorizar, puedo decir que fue labor de años de trabajo interno.

Recuerdo una enferma terminal de edad avanzada, por mi carácter risueño solía entrar en las habitaciones con alguna gracia o algún chisme de la calle unas veces real y otras inventados, contribuía a ello que mi abuela de edad avanzada también y a la que me encontraba muy unida, había fallecido ese mismo año. A ella le contaba pequeños incidentes que me ocurrían, y ella los oía y disfrutaba con sumo gozo, en los que más se regocijaba eran en los que había alguna carga erótica, sexual o amorosa que todo empieza en lo mismo y acaba en lo mesmo. La mayor parte de las veces me las inventaba, ella lo sabía, estoy segura, pero hacía como si no se diese cuenta y nos reíamos, contando ella a su vez, alguna de sus aventuras.

Debo reconocer que me atraía el trato con las personas mayores, algunas de ellas tenían mal carácter pero un poco de amabilidad, un poco de amor en el trato y ese mal carácter se convertía en amabilidad y dulzura, creo que se actúa así, más por miedo e inseguridades acumuladas que por el propio carácter en sí mismo.

Esta mujer cierto día me dijo –Da gusto verte trabajar, hija mía, siempre vienes tan alegre.

-La procesión va por dentro. Respondí, por decir algo.

-El exterior de las personas es una manifestación de su interior. Nadie puede mantener durante demasiado tiempo una alegría fingida. En esto estarás de acuerdo conmigo. Además te encuentras rodeada de tanto dolor y sobre todo, de tanto miedo, porque todos nosotros que aquí nos encontramos estamos aterrados, la edad y la enfermedad, nos asusta y no nos permite prepararnos para la muerte. Sabemos que está a nuestro lado y nos negamos a verla, sabemos que ha llegado la hora de abandonar este mundo y no queremos reconocerlo.

No puedes imaginarte el bien que nos haces, eres encantadora.

-Muchas gracias, el encanto es el que usted tiene.

-Tú si que tienes encanto, alegría y una gran virtud.

-Sí, ¿Cuál es?.

-Que no temes a la enfermedad, por eso nos tocas y nos acaricias y nos hablas cerca, sin miedo alguno, esa es una gran virtud, pero todavía tienes otra que es mayor, en ella radica tu fuerza.

Intrigada pregunté -¿Cuál es?.

-Podría decírtela, pero de nada serviría, eso debes descubrirlo por tí misma, una vez que lo descubras debes cultivarla, desarrollarla y hacerla crecer hasta el infinito.

La besé en la mejilla diciéndole –Qué cosas tiene, qué cosas tiene y que palabras más bonitas me dice.

-Qué cosas tienes tú hija, que cosas grandes y bonitas tienes.

Pocos días más tarde falleció.

5º Terror disimulado.

Llevaba casi una semana internado en la planta de paliativos, hablaba lo indispensable, como paciente era muy colaborador, aunque su enfermedad estaba en fase Terminal, pasaba la mayor parte del tiempo leyendo. Me fijé en los libros que estaban sobre su mesilla, no eran novelas ni libros de fácil lectura como correspondería a un enfermo, sus lecturas eran de filosofía, Lucrecio, Plotino, Shopenhauer, Krisnamurthi.


Cuando entraba en la habitación, tanto si era para medicar a su compañero o a él mismo, abandonaba su lectura y observaba atentamente cada uno de mis movimientos. Si era a él a quien atendía respetuosamente me daba las gracias, cuando salía reanudaba su lectura.


Pocas veces lo escuché quejarse, cuando trataba de entablar alguna pequeña conversación, el la rehuía con hábil delicadeza.


Comenté el caso con mis compañeros y con las auxiliares de planta, respondiéndome que era un hombre muy amable, si puede llamarse hombre a personas cuya enfermedad los tiene al borde de la muerte. En una cosa estaban todas de acuerdo, les parecía un hombre muy extraño y que las intimidaba la serenidad de su rostro así como la austeridad de sus modales.


No entraban incómodas en la habitación, pero su comportamiento y su trabajo lo hacían ante su presencia más solemne, más cuidadoso. El las observaba con sus ojos de mirada profunda, parecía que les llegaba a lo más profundo de su interior desnudando sus almas.


Ellas así lo percibían y yo no era una excepción. A pesar de todo no nos era molesto, curiosamente nos proporcionaba confianza, una especie de paternal confianza.


Cierto día, después de realizarle un control analítico hizo el siguiente comentario.


-Hasta ahora he podido levantarme para ir al baño pero de aquí en adelante, tendrán que ponerme pañal y asearme en la cama. Es el último peldaño que se desciende en la pérdida de la dignidad.


-No exagere. Respondí, por otra parte para eso estamos aquí, para ayudarle en todas estas cosas.


-No exagero, es lo evidente, cuando un hombre depende de otra persona y ya no puede realizar por si mismo su aseo básico.


Cuando tiene que realizar sus necesidades primarias, los pañales suponen para él una humillación, la pérdida de su dignidad. Entenderlo de otra manera, es entenderlo mal o no entenderlo en absoluto. Usted como enfermera debería saberlo.


-No comparto su opinión. Dije.


-No digo que comparta mi opinión, nos separan años de vida y de experiencias. Solo digo lo que supone para un hombre este hecho. Si usted no lo comprende, comprenderá muy pocas cosas de la vida y lo que es peor, muy pocas de su vida misma.


Lacónicamente añadió –no tiene porqué estar de acuerdo usted con mis palabras. El entenderlas y el comprender el sentimiento ajeno es otra cosa. Yo no comparto sus opiniones, sin embargo la comprendo.


Su deterioro físico fue galopante, a las pocos días la sedación se hizo más elevada con el fin de calmarle el sufrimiento que los intensos dolores le producían, con todo, mantenía la consciencia.


Una de las veces que fui a ponerle su mediación, me habló.


-No pasaré de esta noche, es más, no creo que pase de unas horas. ¿Ha visto usted morir a alguien? Preguntó.


-No, respondí. Estupefacta.


-Sería una gran lección para usted y le vendría muy bien, perdería ese miedo infantil que le tiene a la muerte.


Ha de saber que cuando ella está, nosotros no estamos, y cuando nosotros estamos, ella no está.


-Eso es evidente. Dije haciéndome la interesante.


-Esta frase es de Sócrates, del Sócrates de Platón, porque hay más Sócrates según sea el discípulo que de él haya escrito. Y puedo asegurarle que si lógicamente es evidente como usted bien dice, no lo es realmente.


-Como es eso posible, no entiendo.


-La muerte esta en esta habitación, al lado de mi cama desde ayer, usted no puede verla, yo tampoco hasta hace poco tiempo. Pero sí sentía su presencia, eso sí puede usted hacerlo con un poco de esfuerzo que haga.


Aquí realizó una pausa, le acerqué un poco de agua que bebió.


-Gracias. No obstante, continúo, si usted observa mi rostro, observa como el espíritu abandona este cuerpo, cansado, deteriorado por la enfermedad, si lo observa sin perjuicio y sin prejuicio, si lo observa sin más, aprenderá mucho. No sobre mí sino sobre usted misma. Es usted muy joven, necesita aprender esta lección.


Cerró los ojos y no volvió a abrirlos, avisé a mi compañera que me sustituyese, realizando ella el doble del cometido, su trabajo y el mío, y me quedé sentada a su lado observándolo como me había dicho.


Pasé más de dos horas sin moverme de su lado, tenía terror a la muerte, desde niña le tenía un terror que rondaba el pánico , sin saber que era, no en que consistía. Él lo sabía, lo había descubierto en mí.


Poco a poco mi cuerpo se fue relajando, mi mente también fue familiarizándose con su presencia y casi sin darme cuenta apoyé mi mano en una de las suyas. En ese instante, un profundo suspiro salió de sus labios y supe que acababa de fallecer seguí con mi mano sobre la suya observando su rostro y su cuerpo y empecé a ver en la penumbra de la habitación como algo blanquecino comenzaba a desprenderse de su cuerpo, una especie de pequeña nube blanquecina que se paró a un metro aproximadamente de su cuerpo para irse desvaneciendo lentamente.


Cuando salí de la habitación, preguntaron que me había ocurrido, que tenía los ojos brillantes el rostro luminoso y que me encontraba hermosa, hermosa como nunca me habían visto. 


La verdad es que había dejado de tener miedo, no tenía conciencia de lo que eso significaba, y ese sentimiento me acompañó durante el resto de mi vida.

6º Cosas de niños.

A lo largo de mi ejercicio profesional como enfermera roté por varios hospitales de diferentes ciudades.

Realicé estudios y cursos de diferentes especialidades de enfermería, podría decirse de mí que fui una enfermera con excelente y completa formación, abarcaba desde la gerontología a la pediatría, pasando por la de quirófano y comadrona. Ejercí estos conocimientos en todos los destinos diferentes y en todos ellos obtuve grandes satisfacciones personales.

Me encontraba trabajando en una planta de pediatría.

Los niños han sido los mejores pacientes que he tenido jamás, dóciles, colaboradores y agradecidos, no siéndolo así, con frecuencia, sus padres y familiares.

A menudo los padres abandonaban a los niños enfermos en sus camas al único cuidado del personal hospitalario. Esto me causaba una pena atroz, me rompía literalmente el alma. Otras veces los acompañaban y era preferible muchos de ellos que no lo hiciesen y dejasen a los niños tranquilos, sin regañarles.

Madres histéricas, madres sometidas a tratamientos nerviosos, abuelas que desconocían lo que era la ternura y padres que por allí no aparecían y cuando esto sucedía eran auténticos brutos, enfadándose con el niño porque no se recuperaba, reprochándosele que por su culpa tenían que variar la rutina de sus hábitos.

Recuerdo a un niño de nueve años, padecía una grave enfermedad, una leucemia sin curación posible se había instalado en su cuerpo. Este niño era especialmente inteligente, alegre y risueño, por momentos su rostro adquiría una seriedad que sobrecogía.

Sus padres, no se separaban de él ni de día ni de noche, ni un solo momento se alejaban de su cama, no he visto abnegación ni entrega de tal magnitud en mis cuarenta y cinco años de trabajo en hospitales.

Sus padres habían recorrido los mejores médicos buscando a la desesperada una solución, la negativa era la respuesta obtenida. Solamente el tratamiento oncológico como posibilidad remota y sin esperar resultado esperanzador alguno era lo que se les ofrecía. Muy sensatamente, ante este dilema decidieron no someter a su niño a semejante suplicio, prefiriendo ver como se agotaba su energía vital lentamente a como se la extraía brutalmente.

A decir verdad, nos tenía a todo el personal de planta encandilados, él era consciente de su situación y la sobrellevaba con una entereza que nos asombraba. A veces cuando veía a sus padres excesivamente tristes, era él quien los animaba con una de esas salidas que solamente los niños tienen, arrancando de ellos sonrisas y acababan riéndose juntos.

El niño empeoró, muy poco tiempo le quedaba ya en este mundo, aunque su muerte era esperada, sus padres la sufrían como si fuese una noticia de última hora.

El niño notaba su desolación, en ese momento yo me encontraba con ellos, de repente el niño les dijo, -no debéis poneros tristes por mí. Aquí está mi abuela, mi abuelo y un señor que no conozco que está con ellos, me acarician y me hablan. Yo sé que no les veis pero están aquí, siempre están aquí como lo estáis vosotros.

No dábamos crédito a lo que oíamos.

-Dices que están aquí.

-Sí, están aquí, conmigo, me dicen que no tenga miedo que ellos me ayudaran, me dicen que no debéis preocuparos por mí, que todo ha salido como había sido preparado, me dijeron que os diga que mi paso en este mundo está cumplido, a él sólo vine por este corto período de tiempo.

Su padre salió de la habitación para poder desatar abiertamente sus emociones.

-Aquí no hago nada, quiero irme a mi casa, estar en mi habitación con vosotros y con mis cosas. De morirme quiero hacerlo en mi casa.

Esa misma tarde abandonaron el hospital y esa misma noche falleció.

7º Lección de motos.

Me encontraba destinada en la planta de traumatología, una conocida me telefoneó pidiéndome que atendiera a un buen amigo suyo, ese mismo día me visitó en el hospital. El hombre estaba desesperado, su hija a la que amaba más que su propia vida, acababa de cumplir los dieciocho años y con sus ahorros deseaba comprarse una potente moto. Como padre, temía un fatal accidente que pudiese acabar en una desgracia. Todos los razonamientos, impedimentos, inclusive las amenazas no habían dado resultado, se le ocurrió la idea de mostrarle a motoristas accidentados, tal vez con ese impacto visual recapacitase y desistiese de esa idea.

-Si logra usted convencerla, me dijo, me habría hecho usted un gran favor del que le estaría muy agradecido. 

Por otra parte estoy tan preocupado que por las noches despierto con el cuerpo empapado en sudor no pudiendo conciliar el sueño.

Comenzaba el verano y el buen tiempo, estación en que los conductores de motos salen más frecuentemente a las carreteras y por tanto la época en las que más accidentes hay de ellos.

-En estos momentos no hay ningún ingresado de estas características, expliqué, dejemos pasar un tiempo, que por desgracia no faltarán jóvenes ingresados de todas las edades con fracturas múltiples y aún en condiciones peores. Yo le llamaré cuando esto suceda.

Un par de semanas fueron suficientes para que acertase con mi pronóstico. Una tarde aparecieron en el hospital el padre y su hija.

Venía un poco contrariada y estaba algo nerviosa, no se imaginaba de que se trataba. Rogué a su padre que me dejase sola con ella, le puse una bata blanca indicándole que me siguiese, la fui llevando de habitación en habitación así hasta completar el número de cinco. En cada una de ellas le mostraba a jóvenes vendados, escayolados y entubados por todos los agujeros de su cuerpo, con las caras deformadas y amoratadas unos y a otros ni eso se les podía ver.

Accidente de moto y le explicaba los huesos rotos de su cuerpo, que órganos estaban dañados, las operaciones a que se habían sometido y las que probablemente les quedarían por hacer sin contar las secuelas de las que permanentemente quedarían aquejados.

Su rostro se puso pálido como la nieve, en un momento creí que iba a desmayarse, pero comprobando que aguantaba tampoco quise ofenderla preguntándole si se encontraba mal.

El último era un muchacho muy joven, pocos más años tenía que ella.

-Lesión medular por accidente de moto. Quedará en silla de ruedas toda su vida. Amó las ruedas y las ruedas le serán fieles, le acompañaran hasta su muerte. Dije antes de entrar con ella en la habitación.

La presenté como una colega, después le pregunté.

-¿Volverás a comprarte una moto cuando abandones el hospital?.

-Me compraré un tanque de guerra con blindaje de última generación, contestó mal hablando y a golpes.

El rostro de la muchacha estaba lívido, no decía ni una sola palabra, hasta ese momento había estado apartada y protegida de toda desgracia, ahora la tenía cerca de sí y podía palparla en toda su crudeza.

La conduje a una salita del personal interno, allí le expliqué porqué habíamos hecho esas visitas, disculpándome por si mi comportamiento había sido brutal y que esa parte oculta en la que nunca se piensa es como la acababan de ver sus propios ojos.

-Por otra parte, añadí, a los diecisiete años te sientes constreñida por la familia, atada por tus padres física y sobre todo mentalmente. Esta atadura tiene y no sin razón, cargas y contenidos sexuales que tu deseas romper siendo la única manera que se te ocurre para liberarte de ellas, la huída.

La moto es un perfecto aparato de huída, fácil de manejar, individual, sin lastre, rápido, veloz y además viril, ya que te lo pones entre los muslos como un gran falo masculino.

Sobre la moto a toda velocidad, te alejas de la prohibición y de la moral familiar, conquistas la libertad ansiada y ya nada tienes que envidiar a los chicos que pueden, según tu piensas, realizar lo que tu no puedes. 

En fin con la moto superas la condición de chica oprimida convirtiéndote en un muchacho independiente, libre y rebelde a los James Dean, a lo Marlon Brando o a lo Easy Reader.

La libertad sea familiar, sea social, sea interna no se logra con huidas, se logra con enfrentamientos, enfrentamientos muy duros y el enfrentamiento más duro de todos es el enfrentamiento con uno mismo.

Hay una frase que cuando tenía tu edad repetíamos, era del Che Guevara, un revolucionario, “La libertad no se mendiga, se conquista”.

La moto, debes reconocerlo, representa para ti un engaño, una ilusión, una evasión, después será otra cosa y más tarde otra y así sucesivamente, tu vida se convertirá en una eterna y constante huída, por no enfrentarte contigo misma y con quien o con lo que te impida desarrollarte.

El por qué de todo esto, es muy sencillo, porque yo también he tenido tu edad y también he pensado en la moto pero desde que tuve conciencia de su significado, he desterrado de mi vida motos, coches, aviones, barcos, viajes, casas y todo aquello que pueda resultar una engañosa evasión que me aleje de esta esplendida, maravillosa y sencilla realidad, que nada tiene que ver con la realidad de la televisión, del cine, del ordenador y del consumo virtual.

Solo me queda añadirte, si me necesitas aquí estoy para lo que pueda ayudarte.

La conduje junto a su padre y me despedí de ambos. Un mes más tarde recibía una invitación para un fin de semana en un lujoso hotel balneario, con una nota de agradecimiento.

8º Ruptura con mi pareja.

Había ingresado un joven de veintidós años, una desafortunada caída de bicicleta cuando era niño le había seccionado las vértebras del cuello produciéndole una tetraplejia. Su cuerpo se encontraba inmovilizado e imposibilitado de todo movimiento corporal. Su familia era atenta con él, pero con esa frialdad amorosa que caracteriza a las familias de elevada posición económica. Es decir, la tacañería por un lado y el dispendio en lo tocante a la apariencia como correspondía a su estatus social. Se caracterizaban, según pude observar, por tener un profundo sentido religioso y una moral cercana al fanatismo.

En este tipo de familias la base de su educación se apoya, en no hablar de dinero, les parece ordinario y de mal gusto, a pesar de ser el dinero su principal preocupación y la fuente de sus satisfacciones. Otro de sus pilares educativos es el no manifestar y esforzarse en no exteriorizar públicamente sus emociones, esto es considerado por ellos como de mal tono. El sexo es otro de los asuntos que no deben tocarse jamás.

El sexo es considerado un tema tabú, como si no existiese.

Debe añadirse a estos tres pilares, el considerar a todas las demás personas que no pertenecen a su círculo económico, como seres inferiores, casi animales que han nacido en este mundo para su utilización.

Este profundo desprecio que sienten por sus semejantes a los que consideran diferentes porque no han tenido la fortuna de tener dinero, es arropado por un sentimiento especialmente inculcado por la religión que los hace considerarse privilegiados por Dios, y poder ser así su instrumento colaborando con limosnas, participando en asociaciones por ellos mismos fundadas, lavando en ellas sus actos, sus creencias y sus engominadas y pulidas conciencias.

Exteriormente todo es perfecto, corteses en sus maneras, expresiones y gestos cuidados hasta el extremo, hablar afectado y en tono bajo, al menos públicamente.

Interiormente sucede todo lo contrario, la enorme represión en que se han criado, la poca o total ausencia del cuidado y cariño familiar, cariño que se ha dejado en manos de doncellas y criadas. Esta actitud por parte de los padres generalmente desequilibradas y enfermizas desembocan en estupidez malsana y socialmente peligrosas. Muy peligrosas considerando sus posiciones de privilegio en el escalafón social.

Este joven reducido a la quietud y a la inmovilidad física desarrolló su mente de manera extraordinaria al no estar bajo los influjos de los condicionamientos externos de la educación familiar, puesto que permanecía aislado como algo oculto de lo que se avergonzaban, pudo así superarse y superarlos.

Jamás hablaba de estos o de otros temas con su familia, se limitaba a lo intrascendente, a veces con expresiones cargadas de ácida ironía que no llegaban a entender o que consentían por venir de un ser deforme y limitado, que además era de la familia.

El mismo me lo confesó, como también me confesó que no sentía amor ni aprecio por ningún miembro de su familia cercana o lejana.

-Son todos sin excepción una pandilla de hipócritas, consumados expertos en la práctica de la doble moral.

Hacen una cosa y la intención es la contraria, dicen algo y su pensamiento es lo opuesto. Todo les es válido, son orgullosos y displicentes contigo y al día siguiente si les conviene, ante tí se humillan y se arrastran sin el menor pudor. Solamente quienes han sido educados en el desprecio son capaces de comportamiento semejante. Un sirviente es considerado como un mueble, como algo sin vida activa, pueden ante ellos hablar lo que deseen, que el sirviente callará, si no lo hace, sus palabras no saldrán de su bajo círculo social al que pertenece y si trasciende al de ellos, nada ocurre, porque las familias pudientes entre ellas, por cuenta que les tienen, se protegen y ayudan.

En lugar de aprecio, siento un profundo desprecio por ellos. No odio, eso es otra cosa y ese sentimiento no lo tengo, pero despreciarlos sí, por lo que son y por como son.

-Son palabras muy duras, le dije, no debes olvidar que perteneces a ese mismo reducido círculo.

-Yo no pertenezco a nada, solamente a esta cama de por vida, si vivir puede llamarle un hombre a esto y si a mí mismo puede llamársele hombre.

-Creo que exageras y quitas tus palabras de contexto, además hay resentimiento y envidia. Creo que estás ofuscado por el resentimiento y por la envidia, y ninguna de estas cosas te conducirá a alguna parte.

Al oír mis palabras soltó una carcajada.

-Conducirme a alguna parte, con que me llevasen a dar un corto paseo me daría por satisfecho. Añadiendo.

No me has comprendido bien, no tengo resentimientos, siento desprecio por ellos, por su banalidad y porque son seres estúpidos. Ellos lo tienen por mí, por mis limitaciones físicas, yo lo tengo por ellos, por sus limitaciones psíquicas y espirituales. Me gusta, me atrae, adoro la belleza y en ellos no hay más que fealdad a poco que te fijes o que sepas distinguir una cosa de la otra.

En lo tocante a la envidia, no te la niego, pero no a ellos, me considero infinitamente superior, ellos lo saben y lo notan en mí, y hacia mí manifiestan una especie de atracción y rechazo, de temor y de prepotente seguridad. Pero en el fondo puedo asegurarte que me odian y me temen o me odian porque me temen, que viene a ser lo mismo.

Sabes lo que envidio, envidio a todos vosotros que poseéis lo que yo no poseo y no le dais importancia alguna. Podéis mover vuestros cuerpos con gracilidad y armonía, podéis desplazaros al baño, comer por vosotros mismos, dar un paseo y sentaros cuando estáis fatigados, entablar relaciones y sobre todo.

En este punto se calló repentinamente.

-¿Porqué has callado, pregunté, y sobre todo?.

Tardó unos instantes, dudando si permanecer en silencio o seguir hablando. Finalmente se decidió.

-Y sobre todo podéis amaros y acariciaros. Dios santo como hecho de menos poder a amar a un semejante, acariciar su cuerpo notando la suavidad de su piel, sentir sus labios en los míos.

Muchas rampas que eliminan escaleras para los inválidos, cabinas telefónicas a cincuenta centímetros de altura, barras en los wáteres de algunos establecimientos, camas que apretando botones te suben, te bajan, te elevan, te descienden y te pliegan total o parcialmente, todo menos pensar que eres un ser humanos y que como humano tienes tus deseos de amor y de sexo.

Se mordió la lengua unos instantes.

-Mis miembros están inertes, no puedo comer por mi mismo, nada puedo hacer por mi mismo, ni siquiera autoconsolarme. Sí, os envidio, pero con la envidia que produce la admiración de querer ser como el más torpe de vosotros.

Pedir que me amen, es un absurdo, pero permitir que pueda amar, aunque sea con remuneración económica como agradecimiento, eso si puede pedirse y lograrse.

Esta es la mayor de las degradaciones, puedo asegurarte que no hay mayor infelicidad.

-Habla con tus padres de este asunto. Dije un tanto emocionada por sus palabras.

-Con mis padres de este asunto no puede hablarse. Lo intenté mas de una vez y me cortaron tajantemente la palabra.

-Hazlo con tu padre, de hombre a hombre, explícale lo que quieres.

-Es miembro inscrito en Roma del opus-dei. Creo que con esto queda todo dicho y explicado.

Dos días más tarde su compañero de habitación abandonó el hospital. En aquella época, había demandas de camas hospitalarias, a las pocas horas que un enfermo se iba, regresaba otro ocupando su lugar.

Hoy en día ese aspecto se ha mejorado considerablemente, habiendo hospitales centrales y hospitales especializados así como aumentado el número de habitaciones y de camas hospitalarias por número de habitantes.

Tenia yo treinta y un años, entré en la habitación cerré la puerta, él y yo estábamos solos, mi corazón latía con fuerza inusitada, comencé a desvestirme hasta quedarme totalmente desnuda me di varias veces la vuelta muy lentamente para que pudiera verme con calma. Después cogí una de sus manos inmóviles y la pasé por mis hombros haciendo recorrer con sus dedos mi cuerpo, hasta finalizar en mi rostro introduciendo sus dedos en mi boca, después acercando mi rostro al suyo juntamos nuestros labios mientras mi mano se dirigió a su sexo.

Cuando volví a vestirme dijo.

-Desconozco como será una diosa, pero debe parecerse a tí.

-¡Oh! Es lo más bonito que me han dicho.

-Y yo hoy he tenido el momento más hermoso de mi vida.

No podré nunca corresponder a un comportamiento tan generoso, estoy feliz, estoy feliz por mí y estoy entristecido por ti.

-Pues estate feliz únicamente. Además estás muy bien dotado machote, añadí con picardía.

El rostro se le iluminó, esbozó una amplia sonrisa.

-Si tuviese una edad semejante a la tuya y no fuese un vegetal parlante, serías mi chica, ya lo creo que serías mi chica y mi diosa, ya lo creo.

Volviendo a la realidad que ahora me parece más llevadera, no debo permitir ni puedo permitir que esto vuelva a ocurrir, hacer esto conmigo por piedad es humillante para mí. No puedo permitirme caer tan bajo y admitir tus caricias por compasión, aunque debo reconocer que desearía repetirlo mil veces mil años, y que me estoy enamorando de ti. Perdóname, soy un idiota al hablar así, pero comprendes lo que quiero decir.

-Te comprendo perfectamente. Se me está ocurriendo una idea, con un poco de suerte tal vez pueda ayudarte.

Ese mismo día conté a mi pareja lo que había sucedido, él explotó con una sarta de insultos y reproches, montando una escena de celos sin precedentes y de tal envergadura que jamás hubiese imaginado ni esperado por su parte. Se marchó dando un portazo, regresó tres días más tarde. Cuando lo hizo le tenía todas sus cosas embaladas en cajas. Un compañero así no es el hombre que quiero para compartir mi vida.

Durante ese tiempo me dirigí al sacerdote que habitualmente visitaba el hospital, pertenecía también al opus-dei, hablé con él largamente, ocultándole lo sucedido, pero hablándole de la naturaleza que no puede negársele a un hijo de Dios al que la desgracia no podía cebarse más en él, le hablé del excesivo rigor de sus padres y de un sin número de razones más. Le pedí si lo consideraba justo llevar un poco de alegría a la vida del muchacho, que hablase con sus padres e intentase con la autoridad que tiene ser un representante de Dios en esta tierra, para que fuesen flexibles en este punto y que permitiesen de alguna manera que tuviese acceso al amor físico, amor que si no fuese lícito, Dios no habría permitido que pudiera realizarse. Estas y otras muchas razones con las que intenté conmover su corazón ya que no convencer a su mente, las escuchó en silencio.

-Veré lo que puedo hacer, me dijo secamente aunque un poco conmovido.

Hablé también con el médico de planta, para que con la autoridad que el médico posee sobre los familiares de los pacientes le hablase a sus padres.

-Ese asunto no es de mi incumbencia y sale fuera de mis atribuciones en este hospital. Fue su respuesta.

Quedé estupefacta. No esperaba una respuesta así, mis palabras tampoco se hicieron esperar.

-También sale fuera de tus atribuciones, insistir en invitarme a cenar, como sale fuera de tus atribuciones intentar acostarte conmigo.

Eres un pedazo de inútil descerebrado, que obtuviste la licenciatura de medicina en una tómbola de feria. Por no saber ni medicina sabes.

Lo dejé en su despacho lívido y temblando como una rama agitada por el viento.

Cuando el muchacho recibió el alta hospitalaria, me comentó que habíahablado con su padre, este le había sacado tímidamente el tema y lo encontraba abierto a una futura conversación.

9º Los perfumes.

Recién acabados mis estudios de enfermería, me encontraba trabajando en un hospital en el Reino Unido. Era muy joven, tenía la costumbre desde niña de utilizar en abundancia todo tipo de colonias y perfumes que encontraba a mano, no reparando ni sabiendo cuando debía utilizarse cada uno de ellos, las echaba sobre mí con profusión y a cualquier hora.

A toda casa que iba, me dirigía al cuarto de baño, buscaba con la mirada y como una atracción irresistible mis manos destapaban el frasco y me duchaba prácticamente en perfume. De mayor aunque selectiva y sin asaltar cuartos de baño ajenos, seguí sin poder remediarlo, echarme colonias como si se tratase de agua. No utilizaba perfumes caros, no podía permitírmelo, pero tampoco soportaba los de mal gusto, de olores fuertes.

En una de las habitaciones estaba ingresada una enferma que a pesar de la edad, su rostro y su cuerpo conservaban los vestigios de una hermosa belleza, no había perdido, a pesar del tiempo, la coquetería de una mujer de mundo que se había movido en ambientes refinados.

Un día me preguntó.

Niña, que tipo de colonia utilizas.

No utilizo una marca en concreto, y enumeré varias de la que tenía, todas ellas de módico precio y que sólo una de ellas podía ubicarse en lo que se llama alta perfumería.

Fijó sus grandes y expresivos ojos en mí, sonrió, movió la cabeza asintiendo para añadir.

-Serás una mujer fiel al hombre que ames, la mujer que es fiel a un perfume, solamente es fiel a sí misma y a sus cosas, se encuentra atada a lo suyo y por lo suyo, este tipo de mujer nunca es fiel a ningún hombre. Al menos yo no he conocido ninguna que lo fuese y he conocido a muchas y todas ellas consumidoras de costosos perfumes.

La mujer que como tú no guarda fidelidad a ningún perfume concreto, guarda por el contrario fidelidad a un hombre. He conocido a pocas de estas últimas, pero las hay y tu eres una de ellas.

Usted con que grupo de mujeres se identifica. Pregunté a mi vez.

A las que no han creído nunca en la fidelidad. Me respondió, esbozando una sonrisa de pícara que iluminó su rostro ajado por la edad.

10º La sociedad secreta.

Cada vez que oigo el nombre de Guillermo, me viene a la memoria irremediablemente una simpática broma que le gastamos a un auxiliar que se llamaba Guillermo.

Este auxiliar de enfermero, era un bien parecido chico de gimnasio, presumido y presuntuoso, se quería más a así mismo y a su figura que a las chicas.

Presumía que no había chica que se le resistiese y se vanagloriaba de sus conquistas femeninas, se hacía cargante, no sabía hablar de otra cosa.

Una de sus compañeras y yo, ambas jóvenes también y dadas como es la juventud a gastar bromas, decidimos hacerle una de la que pudiésemos reírnos a placer.

Una noche ella y Guillermo tuvieron que trasladar un fallecido al depósito de cadáveres del hospital, me añadí voluntariamente a acompañarlos.

El traslado de una persona muerta por los pasillos y en el ascensor, se hace con gran solemnidad, no se habla, un nudo en la garganta nos lo impide y si se hace, es conversación trivial, forzada y nerviosa, ocultándonos la extraña sensación del lugar en el que nosotros mismos acabaremos.

En este caso no articulamos palabra alguna.

En el depósito había otro cadáver, que aún no habían ido a recoger, llevaba allí mas de un día esperando, con su vientre hinchado por los gases de la fermentación del intestino y estómago.

Colocamos los dos cadáveres cerca. Yo acto seguido extraje de una bolsa dos estacas de madera, afiladas en una de sus puntas y un martillo, coloqué todo ese instrumental ordenadamente con mucha teatralidad sobre el cadáver que acabábamos de transportar.

Guillermo algo alejado de nosotras observaba mis movimientos con sorpresa, sin alcanzar a comprender nada de lo que hacía.

-Realiza la primera comprobación, dije secamente, con la voz mas grave que fui capaz de poner a mi compañera.

Esta presionó con su mano el vientre hinchado del cadáver, de repente se incorporó su parte superior exhalando un tremendo erupto, para volver a caer pesadamente a su posición horizontal.

-Realiza la segunda comprobación, volví a decir.

Ella levantó sus labios, observó sus dientes.

-Sí, han crecido los colmillos tres veces su longitud, no hay duda, es un vampiro.

Me giré para ver a Guillermo, el color de su rostro en nada se diferenciaba de la cadavérica palidez de sus colegas inertes. Su cuerpo estaba rígido, anclado al suelo, los ojos se le habían agrandado de tal forma, que su apariencia nos estremeció y fuimos nosotros quien sentimos miedo ante su aspecto.

Mi compañera me dijo –seré yo quien le hunda la estaca en el pecho, agregando –puedes irte Guillermo, pertenecemos a la sociedad secreta internacional antivampiros, de lo que has visto y oído discreción total y absoluta, el menor de los comentarios sobre el asunto y nada podríamos hacer para evitar que acabases en esta morgue.

Guillermo no se movía, era incapaz de caminar, de hablar, de mover un solo músculo de su cuerpo.

Lo cogí de un brazo y tuve que arrastrarlo materialmente, no podía caminar, ya en el pasillo le di unas palmadas en la espalda y volví a entrar, cerrando la puerta.

Cada vez que Guillermo nos veía se arrimaba a la pared, no volvió a presumir de sus conquistas, dos meses más tarde había pedido el traslado a otro hospital.

El ser joven tiene la ventaja del atrevimiento en locuras semejantes, de mal gusto y exageradas, puede ser, pero fue tan divertida, tan divertida.

Añoro los veinte años por lo atrevidamente irresponsable que fuí.

Las escenas de los films de terror en que se le clava en el pecho la estaca al vampiro, esta basada en la novela de Bram Stoker, sacada de la historia real de Rumania. Vlak Draculae, conocido como el Conde Draculae, vivió en el siglo XV, militarmente frenó las tropas turcas, salvando a Europa de su invasión.

Social y políticamente era inflexible, a un embajar turco, en visita diplomática, al no quitarse el sombrero en su presencia hizo que se lo clavasen a su cabeza, ya que tanto le gustaba llevarlo puesto.

Los turcos le llamaban Vlak el empalador, por la costumbre que tenía de empalar vivos a los prisioneros que cogía.

A los reos de muerte los mandaba enterrar vivos y para que durasen mas tiempo en su agonía les ponía una caña hueca en la boca, facilitándole la respiración. Días más tarde el verdugo clavaba una gran estaca afilada a la altura de su pecho para cerciorarse de su muerte. De ahí viene la leyenda de la estaca afilada hundida en el pecho de los muertos vivientes o vampiros.

11º La derecha o la izquierda.

Me encontraba en el quirófano, por aquella época estaba destinada como enfermera en la especialidad de traumatología. Los celadores habían traído a una paciente que iba a ser operada de cadera. Se le puso la anestesia, el cirujano entra en ese momento en la sala de operaciones con la actitud de, he aquí señoras y señores, el perejil de todas las salsas.

Pocas personas saben, que en una operación, si bien es cierto que todo el equipo es necesario, el anestesista es por sí sólo los cimientos del edificio. El es el encargado de mantenernos con vida y de mantener nuestras constantes vitales a raya. En contrapartida, si la operación es un éxito, la gloria la lleva el cirujano. Si la operación es un fracaso, hay complicaciones o fallece el paciente, el cirujano se libra, cargando con todas las culpas el anestesista.

En el fútbol, deporte que tanto gusta a los mirones, todos ellos voyeristas deportivos, ocurre algo parecido.

Si gana el equipo, la gloria es para los jugadores, sobre todo los delanteros que han marcado los goles. Si pierde el equipo, toda la carga y peso del fracaso se le echa encima al portero como único culpable de la derrota.

-¿Operación de cadera?.

-Sí, operación de cadera. Contesté.

-¿Cuál de ellas, la derecha o la izquierda?.

La anestesista vió al cirujano con cara de asombro, después dirigió su mirada a mí, me encogí de hombros, los dos auxiliares realizaron un gesto similar.

-¿No tenemos aquí su historial clínico, verdad?.

-Como vamos a tener su historial en el quirófano. Respondí ante una pregunta de perogrullo.

-Los familiares deben estar en la sala de espera. Quieres ir tú y preguntarles que cadera es la que debe ser operada.

Le dijo dirigiéndose a la anestesista.

-Te das a la bebida en horas tempranas o estás pasado de perica. Yo de aquí no me muevo hasta que despierte de la anestesia.

-Vaya usted a preguntarles que cadera iba a ser operada.

Me dijo a mí.

-Está usted turbado del vino. Si tiene usted vergüenza en realizar esa pregunta a los familiares yo la tengo todavía más, porque tengo por añadidura vergüenza ajena.

Las auxiliares adoptaron la misma actitud.

Tras unos momentos de silencio e indecisiones salió el hombre al pasillo, la suerte vino en su ayuda que se topó con un celador.

-Por favor en la sala de espera están los familiares de esta paciente, pregúnteles con cierta discreción, pero asegurándose bien, cual es la cadera de la que iba a ser operada.

De la operación con implantación de prótesis salió con vida del quirófano y del hospital. Como se desarrollaría el proceso posterior, si le quedaría una pierna más alta que otra, si le dolería la cadera igual que antes, si andaría bien o con bastón el resto de su vida. Eso ya es otro tema del que el traumatólogo cirujano se lava las manos. Como Poncio Pilatos lo hizo en su tiempo, cumplió con su deber.