15º Actuar a la gallega.

Después del incidente con aquél indeseable con licencia para ejercer la medicina, el diagnóstico no se hizo esperar, y como ocurre en estos casos que así se diagnostica, el diagnostico es infalible, ansiedad nerviosa.


En absoluto era una persona en exceso nerviosa, no me encontraba preocupada por ningún motivo aparente ni oculto, no consumía tampoco bebidas excitante ni estimulantes. Por otra parte dormía a pierna suelta, simplemente me dolía la espalda, no siempre, solo algunas veces y no con mucha intensidad.


Me recetaron ansiolíticos y sedantes para dormir. Ni que decir tiene que a nada hice caso, mis conocimientos de medicina son los suficientes como para saber distinguir y diferenciar los diferentes síntomas de estas enfermedades.


España un país de católicos tenemos un refrán: ¡Fíate de la Virgen y no corras!.


Decidí pues, no fiarme de médico alguno y buscarme la vida a la gallega, es decir, jugar a dos bandas.


Una conocida me habló de un curandero y allí me fui a la desesperada con algo de temor, temor a qué, sin lugar a dudas a lo desconocido, temor a lo que yo no podía controlar. Ese temor es absurdo, si es desconocido no debe temérsele porque lo que no se conoce, no se conoce y a lo que no se conoce no se le puede temer, sentimos temor de nuestros propios miedos. Estoy por asegurar que estos miedos propios, estos miedos muy íntimos tienen un gran componente y una gran carga sexual.


Me recibió sonriendo, me hizo esperar.


Diez minutos más tarde salió de la consulta una mujer con un niño de pecho, pero el niño era el quien lo traía en brazos. Tranquilizó con un par de frases a la madre hizo unas carantoñas al niño besó una de sus manos y se lo entregó a su madre.


Fijó su mirada en mí y sonriendo dijo.


-Como éste niño me comería treinta o cuarenta, a besos solamente, ya en el desayuno.


El temor desapareció por arte de magia. Le conté lo que me sucedía, me interrogó preguntándome por los síntomas con una precisión que me asombró, nadie me había preguntado ni descrito lo que me sucedía como este hombre lo estaba haciendo. Sus ojos se posaban sobre mi y su mirada me cubría como grandes alas de pájaro. Me sentía observada plenamente, su rostro serio y relajado no me molestaba, sin embargo todo en él estaba alerta y en atención.


-Vamos a ver que encontramos pero yo creo que son mimos de enfermera.


Me indicó que me tumbase en la camilla.


-Retiro alguna ropa. Pregunté.


-No es necesario, los zapatos tal vez, de momento déjelos puestos.


Respiró profundamente, entornó los ojos como si su mirada fuese dirigida hacia si mismo y pasó su mano apenas rozando mi cuerpo.


Marcó con sus dedos una serie de lugares y me describió síntomas que hasta ese momento me habían pasado desapercibidos o mejor dicho, me describió síntomas que yo consideraba como normales en el funcionamiento de un organismo.


Me di la vuelta, pasó su mano por mi columna, después por mi espalda y dijo.


-Además de lo que antes hemos dicho, las fatigas vienen de la columna que está mal alineada y la musculatura está más revirada que la economía del país.


-¿Está torcida?, pregunté preocupada.


-Como una carretera de montaña. No es extraño que no pudieras inspirar más que una pequeña cantidad de aire.


Así como estaba vestida, frotó mi espalda unos instantes, paso sus manos sobre mi columna sin tocarla, pero sintiendo un intenso calor en ella. 

Seguidamente comenzó a manipularla, notaba como si las vértebras fuesen de material flexible parecido a la plastilina. Una ligera molestia era lo único que sentía.


Minutos después comenzó a manipularme la musculatura de la espalda.


Esto ya está, pero aquí hay un disco dorsal que es el verdadero causante de lo que te está ocurriendo.


-¡Una hernia discal! Exclamé aterrada.


-Sí, aunque todavía se encuentra en fase juvenil.


-¡Dios Santo, tendré que operarme!.


-Ni hablar de eso, bueno a no ser que lo desees. Esto lo solucionamos ahora mismo.


Sentí un intenso calor, como si algo candente penetrase en mi columna, después sensación de burbujas y de hilos y alambres. A los pocos minutos puso sus manos encima de la columna.


-Ya está, ves que fácil. Esto no tiene gran ciencia, es como tocar el piano, solo hay que mover los dedos.


Me ayudó a levantarme, me previno de un ligero mareo o abonbamiento de cabeza que pasarían en unos minutos.


Cogía aire perfectamente, mis pulmones se llenaban plenamente, es como si me hubiese liberado de un cinturón que me oprimía el pecho.


-Baja las escaleras, subes de nuevo y dime como te encuentras.


A la vuelta estaba radiante, no podía dar crédito a lo sucedido.


-Estoy genial, genial.


-De eso sí, pero quedan las cosas que señalamos antes.


-¿Cuándo debo volver? Pregunté.


-De una semana en adelante cuando quieras.

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