12º Un paso necesario.

Era una operación en la que habían surgido complicaciones, el enfermo tenía además una diabetes difícil de controlar. Sonó el teléfono, me hicieron una señal, preguntaban por el cirujano.

Ocupé su puesto en el auricular.

-Soy la enfermera de quirófano, dígame.

-Yo soy la esposa del doctor. Quiero hablar con él.

Reconocí la voz, llamaba al quirófano a cualquier hora para hablar con su marido de las frivolidades más tontas, le interrumpía las operaciones, él cogía el teléfono con aire contrariado y a desgana.

Siempre se lo oía decir lo mismo. Sí, sí, sí. Lo que tu quieres. Sí, sí, tengo que dejarte estoy en quirófano. Te tengo dicho que no me llames aquí. Sí, sí, sí. Lo que tu quieras.

-Se encuentra en plena intervención. Han surgido complicaciones y está en estos momentos muy ocupado …

No me dejó terminar de hablar porque me interrumpió.

-Me da igual las complicaciones que tenga, ya las resolverá después. Dígale que se ponga al teléfono.

-No puede hacerlo en estos momentos, tan pronto acabe le diré que la llame, o si quiere usted le trasmito su mensaje.

Oí su voz de histérica furiosa al otro lado del teléfono.

-Que me pongas con mi marido, el doctor, ahora mismo.

-Tranquilícese usted, ahora mismo lo llamo, no cuelgue por favor.

Indiqué que no pasasen llamada alguna y volví al quirófano.

La mujer debió permanecer un buen tiempo al teléfono esperando e insistió amenazando que le pusiesen con su marido. Mi indicación había sido tajante, no pasar llamada alguna hasta que hubiéramos terminado.

Finalizada la operación comenté la llamada.

-Tu esposa te ha llamado por teléfono, decidí no avisarte, necesitabas toda la atención en lo que estabas haciendo.

-Ya lo creo que la necesitaba. Hiciste muy bien, en los momentos que se requiere concentración no deben oírse tonterías.

-Tu esposa se alteró en extremo, deberías llamarla.

-Mi esposa. Nunca mejor dicho, mi esposa. Eso es lo que es, mi esposa y a ella estoy esposado como un terrible castigo. Será mi karma como está de moda llamar con suavidad a las actitudes cobardes de los que no nos atrevemos a tomar decisiones personales.

Me dijo, a la par que su rostro adquiría rasgos de extrema pesadumbre.

-No seas exagerado. Le respondí. Si se tiene un hierro candente en la mano, debemos soltarlo. No hay otra opción, ni hay otra salida.

-No discutiré yo tus palabras, pero me falta valentía para dar ese paso. Yo soy de los que me peleo con la vida por que estoy lleno de miedos. En realidad yo soy la verdadera causa de que no sea capaz de separarme y romper la cadena que voluntariamente construyo y acepto.

Mira, no entiendo la vida como una amiga sino como un enemiga. Los niños desde muy pequeños saben que el agua del mar los hace flotar, por mucho que quieran bucear, el agua los expulsa a la superficie. Yo lo entiendo a la inversa debo bracear en el agua para que no me engulla.

Estoy acabado, soy un fracaso como hombre, debo reconocerlo, lo reconozco y lo acepto.

Sentí muchísima lástima, sus palabras eran de una sinceridad descarnada. Por otro lado, aunque era un hombre poco dado a exteriorizar su alegría, era un buen profesional.

-Conozco a una persona, un buen amigo mío, que podría ayudarte a superar por no decir a eliminar el temor que albergas dentro de ti.

Escribí su nombre y número de teléfono en un papel y se lo metí en el bolsillo de su bata.

Seis meses mas tarde se había separado y roto con su esposa. Dos meses después entraba en el quirófano canturreando, por los pasillos repartía halagos y chascarrillos a diestro y siniestro. A sus enfermos los seguía médicamente y con alegría hasta donde su ciencia alcanzaba.

El cambio había sido total. Este amigo mío hace milagros, pensé para mis adentros.

Una tarde ví a una pareja que no eran jóvenes precisamente, sentados en una terraza, dándose un buen flirteo. La escena llamó mi atención así que los observé deleitándome, siempre me ha gustado ver como las personas se aman, me encantan si son jóvenes y me enternecen si son mayores.

Mi sorpresa fue que el señor que sin recato ni reparo alguno así actuaba era el doctor autodesesposado. Así me expliqué los canturreos, los chistes y el silbar mientras caminaba por los pasillos.

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