18º La comida hecha al revés.

Era una paciente de avanzada edad, recuerdo que ese mismo mes cumplía los cien años. La enfermedad no revestía peligro en si misma, solamente por la edad de quien la padecía, una bronquitis con dificultad respiratoria.


La mujer era de buen carácter y muy buena enferma, que en nuestro argot quiere decir, obediente y colaboradora.


Las personas mayores al entrar en un hospital y suministrarle medicación, casi siempre en altas dosis, suelen perder su ubicación, desconcertándose y no llegando a saber en donde se encuentran.


En todo momento mantuvo su firmeza mental. Siempre sonreía y nos agradecía todo lo que se le hacía, incluso las judiadas, me refiero cuando teníamos que pincharla varias veces al día para su control de azúcar en la sangre que se le había elevado asombrosamente debido al tratamiento con corticoides. Tampoco protestaba cuando se le pinchaba para extraerle sangre y realizar posteriores análisis.


En su casa caminaba con un andador, aquí había perdido esta facultad, momentáneamente quiero pensarlo.


Por orden médica se le puso una dieta sin sal. La paciente que hasta ese momento había colaborado perfectamente, dejó de comer, únicamente algún yogurt era lo que ingería.


La animaba a comer, ella con toda la experiencia que la vida le había dado, y consciente de que se encontraba en inferioridad de condiciones por ser un lugar en el que ella no podía imponer su criterio, callaba mostrando en su rostro un evidente mal humor.


Al tercer día se le proporciono un líquido pastoso sustitutivo de comida. Estaba presente e insistí adornándoselo con alguna frase graciosa para que se lo bebiera.


Probó una cucharada del pastoso líquido, lo tragó, después con su voz aflautada me dijo.


-Isto, bonita, comédelo vos e máis o médico.


La auxiliar encargada de darle la comida y yo, soltamos un carcajada que debió oírse en la habitación de al lado.


Para la noche se le trajo la cena triturada en puré, la probó, la tragó y sin mostrar grandes síntomas de desagrado, posó la cuchara, torció la cabeza y se puso a ver por la ventana.


Estaba decidida a utilizar todo mi poder de persuasión, estaba decidida a todo, ya que temía de seguir así, que al día siguiente, como vulgarmente se dice, la alimentaríamos artificialmente.


-¿Alma de Dios, con lo guapa que es, porque no come?.


Nada contestaba, su mirada se perdía a través del ventanal.


-Pues yo la como, míreme usted.


Metí su propia cuchara en mi boca, tragándome el contenido. Ella me vió de soslayo con ojos de pícara adolescente, esbozó una leve sonrisa, y siguió viendo por la ventana.


-Poís si tanto che gusta, come nela filla, que ademáis eche boa para gardar a línea.


Toda la seriedad y compostura que hasta ese momento tenía se me vino abajo.


Riéndome yo de mi solemnidad le pregunté.


-¿No come porque la comida no tiene sal, por eso no le gusta?.


-Para saber iso, no fai falta estudiar para enfermeira.


Contestó sin apartar la vista de la ventana.


-Vaya por Dios, tiene usted un carro lleno hasta los bordes de mimos. Olvidó ya las penurias y la falta de comida durante la postguerra.


-Iso non se olvida nunca, iso non se olvida nunca.


-¿Entonces porque no come?.


Le pregunté aprovechando, lo que creí una debilidad de su terquedad por el recuerdo de lo pasado.


-Porque esta comida non me sabe. Ademáis esta feita do revés.


Salí riéndome de la habitación, me dirigí al puesto de control, cogí un salero y de vuelta en la habitación le eché sal en la comida delante de ella.


Sin yo decirle nada, cogió la cuchara y probó la comida.


-Isto eche outra cousa. Unha comida sin sal non he comida. Unha vida sin sal non he vida. Ainda eres moi nova para saber estas cousas.

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