19º Enseñando modales.

Una de las cosas que no soportaba del personal hospitalario era la falta de consideración hacía los enfermos y sus acompañantes.

Era consciente que habíamos recibido una educación autoritaria, no obedecíamos ni seguíamos a la capacidad, sino que obedecíamos y seguíamos a la autoridad.

Cada servicio hospitalario al igual que ocurría en cada planta, era un fiel reflejo del carácter y del comportamiento de los superiores, era la imitación como fotocopia y más frecuentemente como una caricatura del comportamiento principal.

Cada vez que era destinada a un nuevo servicio, observaba detenidamente el funcionamiento de mis compañeros durante los primeros días, no dejando escapar comentarios, frases sueltas y actitudes, después de este tiempo pasaba yo a la acción.

Cerraba las puertas de las habitaciones, despues pedía a alguna auxiliar que me acompañase a realizar una visita a los enfermos.

Abría las puertas trayéndolas hacía mí y después giraba suavemente el picaporte, todas las puertas se abrían sin ruido alguno, al salir las cerraba con cuidado. Al finalizar la fingida visita hacía un comentario sobre el ruido que se hacía al abrir de forma inadecuada las puertas, sobresaltando a los enfermos y a sus acompañantes, muchos de ellos extenuados por las noches de mal dormir en los sillones.

Esto iba haciendo con todas las auxiliares que sin darse cuenta corregían la viciada actitud anterior de abrir puertas bruscamente y penetrar en las habitaciones al galope, al tiempo que encendían las luces e iluminando las habitaciones totalmente.

Con las compañeras enfermeras aplicaba una terapia diferente, ponía ejemplos, incluso yo misma me inventaba una historia sobre mí, de cuando estuve hospitalizada por un ficticio accidente de automóvil y de cómo había observado lo molesto que resultaba el abrir las puertas de ese modo, penetrando en ellas encendiendo todas las luces de manera innecesaria, todo este comportamiento más me parecía, les comentaba yo, más propio de personal tratante de ganado que de técnicos en el cuidado de personas enfermas.

Siempre me dió buenos resultados, consiguiendo que molestásemos lo menos posible a los enfermos y acompañantes.

Una vez tenía una enfermera en mi turno, que no conseguía que cambiase.

Pertenecía a una familia de clase media acomodada, sus modales eran comedidos, rígidos a la inglesa con un cierto aire de superioridad despectiva.

Era un tanto perezosa, como si ese trabajo fuese de poca importancia, como si ella estuviese destinada a trabajos de corte.

Lo intenté todo con ella, incluso llegué a decírselo directamente sin rodeo alguno. Sonreía y decía.

-¡Yo! Yo abro bien las puertas y si hago ruido es sin darme cuenta y las luces son necesarias para eso están. Por otra parte el acompañante no viene aquí a dormir.

-El acompañante además de tranquilizar y dar seguridad al enfermo, nos facilita y alivia en gran manera nuestro trabajo. Le respondí.

-A mí en nada, se lo facilitará a las auxiliares.

Como ya mencioné, era perezosa, a la menor oportunidad abría un revista del corazón, si era por las noches dormía con la misma placidez que en su casa.

Una noche que la ví así dormida y una auxiliar me comunicó que un enfermo que pertenecía a sus cuidados la necesitaba, decidí ser yo quien la despertara.

Cogí varios objetos metálicos y una jarra de metal, los coloqué todos en una bandeja y los lancé al aire para que chocasen contra el suelo. Se despertó gritando ante el ensordecedor ruido.

-En la habitación trescientos dieciocho hay un enfermo que necesita tus atenciones, le dije, añadiendo cuando salía yo por la puerta.

-Recuerda no ser brusca cuando entres en la habitación, querida.

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