33º La rodilla.

Habían ingresado a una niña, una desafortunada caída de la bicicleta le había destrozado la rodilla, menisco y ligamentos cruzados habían quedado hechos trizas.


La operación de resultados inciertos se nos presentaba a todas luces como algo de consecuencias imprevisibles.


La pequeña no tenía más de siete años, pizpireta y de rostro risueño a pesar del dolor que padecía, no era consciente como suele ocurrir con los enfermos y más todavía si estos son niños, de la gravedad que investía su traumatismo.


Esta misma operación en un adulto ya formado reducía considerablemente los riesgos de desagradables secuelas. La casi segura futura cojera por un mal desarrollo en el crecimiento o por el resultado aleatorio de la misma operación que en el mejor de los casos la limitarían para realizar ejercicios futuros, añadiendo a esto, los dolores que le irían apareciendo con el transcurrir de los años.


Para colmo de males coincidía con las vacaciones estivales, los cirujanos que podían ofrecer alguna fiable garantía se encontraban de vacaciones. Los cirujanos traumatólogos inexpertos y carniceros se encontraban de servicio, la operación se realizaría en los días siguientes, mientras tanto a la infeliz se la mantenía inmovilizada y medicada con fuertes calmantes.


Su madre había tenido varios malogrados embarazos, finalmente consiguió llevar un embarazo a buen termino, siendo esta niña, como suele decirse, la niña de sus ojos. Sus padres estaban desesperados.


Por mi parte intenté sin éxito localizar a los médicos que me ofrecían confianza.


Tomé este asunto como mío, me sentí solidaria con sus padres, temía por la pierna de esta niña.


Toda esa tarde realicé llamadas a amigos y conocidos, uno aportó la solución de que un colega en Barcelona pudiese realizar la operación y amortiguar, con su pericia en operaciones de este calibre , las posibles secuelas que pudieran quedarle, pero solamente amortiguarlas, el futuro se le presentaba como una cadena de operaciones consecutivas.


Planteé la posibilidad a los padres, respondiendo ellos que se ponían en mis manos.


No tardó en desvanecerse también esta posibilidad, se encontraba de vacaciones y de viaje.


Sus padres desolados lloraban y yo no puede reprimir mis lágrimas, uniéndome a su desolación.


El trabajo y la experiencia en hospitales me habían dado el suficiente criterio sobre la falacia de la medicina curalotodo y que todo lo salva. Me resistía a este final.


De repente no se cómo, acudió a mí la imagen de un hombre, de un curandero, de un sanador, o como quiera llamársele, mi corazón latió con fuerza inusitada, dentro de mí me decía insistentemente que él era la solución y hacia el me empujaba.


Casi anochecía, intenté comunicarme con él, el teléfono sonaba sin que nadie respondiera. Vivía a unos setenta kilómetros de distancia, sabía que no gustaba de viajar y que su vida era sencilla y de gustos austeros, no podía estar lejos, no debía estarlo, lo presentía, interiormente lo presentía.


Agitada me dirigí a los padres de la niña diciéndoles mi intención de ir en su busca aún sin saber si podría localizarlo y que intentaría convencerlo a que me acompañase.


El padre vió en mis palabras una luz lejana, pero luz. Tráigalo con usted, por favor, si es por dinero ofrézcale sin reserva alguna lo que sea necesario.
Subí a mi automóvil y conduje a toda velocidad cada poco llamaba, el silencio era la única respuesta.


Era ya entrada la noche cuando timbré en su pequeña y humilde consulta, repetidas veces pulsé su timbre, nadie respondía.


Llamé a las puertas de los vecinos.


Decidida a esperarlo me senté en la escalera vigilante siempre a una posible entrada interior por el garaje. El tiempo transcurría interminable, varios inquilinos subieron a sus viviendas, reflejando en su rostro sorpresa al verme allí sentada, pero yo tenía la certeza que aparecería. Varias veces pulsé el timbre desde el portal y otras tantas más subí al piso y llamé.


Pasada la media noche apareció, venía silbando, lo recuerdo perfectamente, trataba de silbar una conocida parte del Peer-Gynt de Grieg, silbaba horrorosamente mal.


El corazón casi me da un vuelco al verlo.


Estaba radiante, había estado, según me contó, reflexionando sobre un tema que llevaba tiempo preocupándole.


Sencillísima, la solución sencillísima; decía, porqué será que las interrogantes mas complicadas tienen siempre respuestas sencillas que están al alcance de nuestros ojos, y nosotros ciegos, no conseguimos verlas. Pero dime que te ocurre, háblame tú que eres la importante.


Familiar y asequible, como siempre, inspiraba confianza pero también respeto y a veces temor, ese temor de quien sabes que mirándote o simplemente escuchándote llega al fondo de tu alma.


Conté lo de la niña, dije que necesitaba que viniese al hospital conmigo, que mañana era la operación, que él mismo estipulase los emolumentos en la cifra que deseara. Pero que por favor me acompañase y curase la rodilla de esa niña y la salvase de una casi segura cojera.


Le hablé de la desesperación de los padres y de la mía misma.


Me escuchó pacientemente, después de oírme dijo con seriedad.


-¿Sabes lo que me estás pidiendo? ¿Crees acaso que soy Dios o que juego a ser Dios? ¿Crees acaso que la sanación es un juego?.


Lo único que creo, respondí, es que tengo la certeza y no se porqué la tengo, que puedes sanarla, de eso estoy convencida. Hice una pausa y agregué, no puedo explicarlo pero estoy totalmente convencida que solamente tú podrías ayudarla.


Me escrutó con una mirada envolvente, suave, indefinida, no sabiendo decir si me miraba a mí o se miraba a sí mismo.


Entiendo que no estás dispuesta a irte sin más, no admites una negativa por respuesta y que me llevarás a rastras si es necesario.


Esto último lo palpo como palpo esta mesa, y apoyó sus manos en ella.


Sonrió, se levantó, se sirvió dos vasos de agua que bebió a grandes tragos. El agua debe beberse despacio, pero hay momentos que se bebe como se puede.


No perdamos tiempo y que Dios nos ayude y lo hará, lo hará. Nosotros mientras tanto a lo nuestro. Dijo estas últimas palabras como transformado, su rostro había adquirido una extraña expresión de dureza.


Durante el camino de regreso al hospital intenté varias veces entablar conversación sin conseguir arrancarle una sola expresión, estaba como reconcentrado en sí mismo.


Esto me chocaba, porque su naturaleza era expansiva y risueña, gustaba de hablar adelantándose con frecuencia a las respuestas e incluso a las preguntas. A veces costaba trabajo seguirlo, era como si su mente recorriese varios caminos simultáneos, todos ellos diferentes y sin embargo convergentes en un punto al que poco después hacia explosionar en nuevas reflexiones. 




Sintetizaba lo extenso, extendía hasta límites insospechados el concepto más pequeño o la conversación aparentemente sencilla y trivial. A veces para quien lo escuchaba resultaba agotador. Decidí permanecer callada respetando su silencio.


En la habitación se encontraban los padres de la niña, tras la presentación dijo que nos iba a necesitar colocándonos alrededor de la cama unió nuestras manos haciendo un circulo alrededor de ella, él se colocó dentro del círculo y comenzó a pasar sus manos por su pierna rozando apenas su piel.


Manipuló los tendones del pié, los músculos de la pierna y después con serena delicadeza la rodilla. La niña que hasta ese momento se encontraba adormilada por los calmantes despertó para volver a cerrar los ojos pocos instantes después.


Nosotros seguíamos con nuestras manos unidas creando un circulo sobre ellos, observábamos atentamente cada uno de sus movimientos. Apuntó los dedos de sus manos hacia la rodilla a una distancia de quince centímetros. Tened pensamientos de curación, pensamientos y deseos de que esta niña se cure, si lo hacéis me seréis de gran ayuda.


Sus manos comenzaron a moverse, semejaban que portaban instrumental quirúrgico, porque parecían que cortaban, separaban, sacaban, extraían algo que depositaba en un objeto invisible. Con sus ojos cerrados hacía movimientos precisos, su rostro contraído parecía deformarse adquiriendo un color oscuro, cetrino.


Me pareció estar ante una operación real, en un momento me pareció también ver mover sus dedos a una velocidad inusitada como su hubiese miles de hilos luminosos, apenas duró esta visión que achaqué a un efecto óptico.


Una sudoración profusa lo invadió, las gotas resbalaban por su frente y por su rostro, su camisa empapada como si le hubiesen arrojado un cubo de agua.


De vez en vez realizaba una lenta y profunda expiración.


Eran más de las tres de la madrugada, cuando después de poner sus manos sobre la rodilla durante treinta minutos, cosa impensable tocarla hasta ese momento, abrió los ojos y nos rogó que fuésemos a tomar un café un te o una bebida estimulante, todavía queda mucho por hacer, añadió.


Cuando regresamos no se había movido de la habitación ni se había separado de la niña un solo momento, permaneciendo con sus manos rodeando la maltrecha y dolorida rodilla.


Fuí en busca de una prenda que pudiese ponerse en lugar de la empapada camisa, a falta de otra cosa aparecí con un camisón hospitalario, le obligué a cambiarse, a pesar de sus negativas me obedeció como un niño. ¡Ah! Ahora se está mucho mejor, gracias.


Su torso era atlético, sin llegar a la moda de gimnasio.


Volvió a colocarnos como antes, tengan pensamientos de curación, insistió y comenzó a pasar de nuevo sus manos pero esta vez por todo el cuerpo de la pequeña desde la cabeza hasta los pies. Así estuvo cerca de una hora, admiraba su fortaleza, debería estar fatigado, sin embargo no mostraba signo de cansancio alguno, solamente bebió varios vasos de agua durante todo este tiempo.


Centró el movimiento de sus manos sobre la pierna dañada realizando en ella con los dedos movimientos que se me antojaron extraños signos. Después comenzó a hablar sin dejar de pasar sus manos sobre la pierna y rodilla. Le hablaba a la niña que permanecía profundamente dormida, le hablaba a su cuerpo, le hablaba a la pierna, le hablaba a la rodilla, le hablaba a los músculos, tendones, fibras, cartílagos, le hablaba una y otra vez, le pedía que se curasen, que por favor se curasen, le hablaba de las cosas que podrían hacer estando sanos y la felicidad que reportarían. Así estuvo hasta que la luz del día fue sorprendiéndonos lentamente.


Pueden dejarlo. Dijo de repente, ya está, les doy las gracias por haberme ayudado. En ese momento entró en la habitación una enfermera con la medicación. No es necesario, ya no necesita calmantes. Volvió a decirnos.


La compañera enfermera protestó, diciendo que era la medicación pautada, la llevé a parte haciéndome yo responsable.


Poco después despertó la pequeña. Él le hizo encoger la pierna, cosa que para sorpresa de todos, hizo repetidas veces sin muestra de dolor alguno. Después la levantó y la hizo caminar por la habitación, cosa que hizo para asombro de todos nosotros. La niña caminaba como si nada le hubiese sucedido.


Se negó a recibir emolumento alguno, diciéndole a la pequeña que le gustaría asistir a su próximo cumpleaños, si le apetecía invitarlo.


Nos fuimos a mi piso, se dio una ducha y se acostó, me pidió si podía dejar la puerta abierta, ya que cerraría la ventana para evitar la luz y el ruido.


Me duché también al pasar por delante de su puerta, lo ví tumbado boca arriba y respirando profundamente, lo estuve contemplando un buen rato, dejé caer mi toalla y entré en su cama arrimando mi cuerpo desnudo al suyo. Dormido y de forma mecánica, como la persona que está acostumbrado a dormir acompañado, extendió su brazo permitiendo que me apoyase en él. Instantes después me quedé profundamente dormida.

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