35º Pajaritos

Un nuevo médico vino al servicio. Todo lo nuevo atrae la curiosidad y con mayor intensidad a la mujer que es curiosa por naturaleza. Una mujer no puede quedar a medias con nada, su deseo es quererlo todo, poseerlo todo, esa es una gran contradicción con la que tiene que vivir.

Lo novedoso a la mujer le despierta una curiosidad inusitada, juzgando demasiado a menudo lo nuevo por bueno o lo bueno por nuevo que tanto monta. La moda la juzga la mujer como algo bueno por novedosa, de ahí que la moda vaya casi exclusivamente dirigida a la mujer bien sea en revistas de decoración, en complementos y muebles de vivienda, productos alimenticios, peinados, joyería y sobre todo en la vestimenta. La moda del vestir unida a la moda de peluquería viste y acicala a la mujer de maneras tan extravagantes que más bien parecen diseños realizados por subrrealistas franceses de los años veinte.

Es como si con lo nuevo la mujer quisiese romper con su pasado, saltando sobre el presente proyectarse hacía el futuro. Evidentemente es un querer romper en apariencia ya que internamente no se atreve a planteárselo, simplemente sus contínuas ensoñaciones diurnas le sirven como ruptura psíquica, a esto le apoyan las modas y lo novedoso como algo tangible y materialmente sensitivo.

Cualquier situación que a la mujer se le antoje novedosa, que le rompa de alguna manera su cotidiana rutina es tomada como pretexto suficiente para dar rienda suelta a estas emociones contenidas.

Las llamo emociones contenidas por utilizar un término dulcificado y suavemente apropiado. Personalmente creo que a partir de los cuarenta años tenemos hongos en la entrepierna, aunque muy pocas de nosotros reconozcamos que nos pica.

En este caso era el médico nuevo el causante de la novedosa situación. Todas las enfermeras y auxiliares revoloteaban como gorriones a su alrededor, otras movían sus alas como vistosas mariposas, su presencia levantaba las mas oscuras y ocultas pasiones, en fin, que despertaba lo que antes di en llamar, emociones contenidas.

En pocos días una catarsis colectiva se extendió por todo el servicio, se buscaba la frase amable o la sonrisa del susodicho como si se nos fuese la vida, para ello competíamos en vestimenta antes de embutirnos en el uniforme, porque en el trabajo de nada nos serviría, pero este hecho tan evidente nos daba absolutamente igual. Cuando nos cambiábamos de ropa en algunas compañeras noté que su ropa interior era más selecta, más erótica, mas peliculera, más sexy. Siendo igualmente quienes las llevaban que estuviesen casadas, solteras o viviendo en pareja.

La mente de la mujer es imitativa y fácilmente contaminante de unas a otras, porque entre nosotras hay una competencia interna de comparación. El hombre crée, dentro de su ingenuidad, que la mujer se viste y arregla para gustarle, que equivocado está el infeliz al pensar de ese modo, la mujer se viste para medirse con otras mujeres que según nuestra mentalidad son nuestras enemigas naturales.

He conocido a pocas mujeres que cuidasen las maneras, los modales y la vestimenta en su propia casa, no importándole a la mayoría la impresión producida en sus parejas, se vestían con ropa muy gastada, de dudoso gusto, la mayor parte de las veces en chándal que en nada favorecían su figura y que cambian, por el contrario, cuando iban a salir de sus casas. Que extraordinaria metamorfosis cuando salían al exterior, en ellas se operaba una extraordinaria transformación, quien hubiese pensado al ver a estas mismas mujeres que una hora antes eran todo desaliño y abandono.

La catarsis del servicio invadió a todo el personal femenino y cuando digo a todo el personal femenino me incluyo en él, pues yo también participé de este voluntario contagio midiendo mis femeninas armas con mis compañeras de combate.

Comencé a cuidar más mi vestimenta, más que cuidarla, seleccionaba y ponía en ella cargas indefinidas.

Fui buscando ayuda en la peluquería, yendo en el espacio de ese mes dos veces, hecho inusual en mí, me marcaba con una fina silueta de kul los párpados. Cada cual se armaba con sus mejores armas.

La lucha era despiadada y a muerte, sacábamos de nosotras lo peor que teníamos o lo mejor que teníamos que no pasaba de ser esto.

Por aquél entonces tenía yo compañero sentimental en mi vida, dos años llevábamos viviendo en mi pequeño y bonito apartamento. Un día al finalizar la comida le pregunté si le gustaba y si estaba bien conmigo.

Me envolvió con su mirada, sentí al momento como penetraba suavemente en mi interior, su mirada penetraba en mí como el agua empapándolo todo.

A duras penas pude contener la compostura, fueron instantes eternos intentando evitar mostrar mi alma desnuda sin tener con nada que cubrirla.

-Esa pregunta debes invertirla, debes preguntarte a tí mísma, si te gusto y si tú estás bien conmigo.

Habíamos acabado de comer. Su respuesta me dejó helada, no sabía que decir, infinidad de inconexas imágenes se agolparon repentinamente en mi cerebro paralizándolo por saturación.

-Llevas un tiempo con una incipiente agresividad contenida contra mí y el que nuestros cuerpos descansen en la misma cama no te da derecho alguno para tomarme como diana de dardos acusadores de tus insatisfacciones, me dijo.

En este punto su mirada se había tornado dura ¿Sabía algo de mí, como podría conocer mis pensamientos, como podría ser conocedor de mi alma? Me preguntaba a mi vez.

-Tienes demasiados pajaritos revoloteando en el interior de tu cabeza. Sería conveniente que tomásemos unos días sin vernos, tal vez…

Lo interrumpí bruscamente, me sentí herida por sentirme descubierta, reconozco que en cuestiones amorosas la lengua me pierde, debí morderla, en su lugar la solté.

-Sí, estaremos quince días o más sin vernos. Sentencié. Al finalizar la frase ya me estaba arrepintiendo de haberla dicho, pero el orgullo me hizo mantenerme en esa postura que ahora era de incomodidad y enfado.

Pasaron unos instantes de silencio, que se hicieron insoportablemente eternos, fue el quien rompió la tensión.

-No debes preocuparte, no estamos enfadados, no hemos discutido, nada estamos reprochándonos, simplemente son unos días de descanso para analizarte y pensar únicamente en tí y no en mí ni sobre mí. Yo seré una consecuencia de ese pensamiento, no la causa, no debes confundir ambos, como tampoco debes confundirlo con la costumbre o con el hábito de tenerme cerca.

La verdad es que llevaba un tiempo con ciertas ensoñaciones que si bien no tenían una plena explícita connotación sexual albergaban en su mayor parte este contenido o esta intención mental. No tenía deficiencias en mis relaciones, tal vez monotonía, tal vez cansancio, tal vez buscando algo novedoso y halagador o tal vez, simplemente haberme dejado llevar como una adolescente por el ambiente catártico del trabajo.

Recuerdo que de adolescente apareció en el instituto un niño Peruano con una cara de indio indígena como los de las películas Andinas, tenía tres años más que nosotras, tuvo un filtreo con una de mis amigas y el contagio fue similar al hospitalario, todas de una forma o de otra lo buscábamos, a mí no me atraía en absoluto pero inmersa en esa corriente me dejaba arrastrar. Recuerdo que mi padre algo se olía por lo que yo le contaba y se burlaba de mí preguntándome ¿aprendiste a hacer señales de humo?.

Todas mis compañeras de clase se vestían con sus mas modernas ropas, yo misma combinaba la ropa hasta el infinito y hasta el infinito la ponía y paseaba ante el espejo. Creo que cuando iba a ponérmela estaba gastada de tanto probar su efecto.

Díos mío, cuanta tontería hicimos a los catorce años por aquél muchaho novedoso que además a mi no me atraía. Lo grave es que ahora vuelva a repetirse una situación similar.

En esta presente situación actual he tenido ensoñaciones con plenas y explícitas ensoñaciones sexuales, lo reconozco.

Dos días mas tarde me encontraba en la cafetería del hospital y se me acercó el médico.

Era bien parecido y de aspecto agradable, su voz tenía cierto gracejo afectado del sur.

La conversación comenzó como todas las conversaciones con algo intrascendente y trivial y así continuó durante los primeros cinco minutos y así continuó tópico tras tópico los diez minutos siguientes. A los quince minutos no lo soportaba, me di perfectamente cuenta que ante mi tenía un ignorante que no se había apercibido de serlo y que únicamente utilizaba la cabeza para peinarse.

Deseaba que en ese momento apareciese alguna de mis compañeras para ante sus ojos lucir el trofeo, lanzaba miradas llenas de ansiedad hacia la puerta y la puerta me respondía con el vacío o con otras personas que no eran las por mí buscadas.

No pude soportar más la cháchara insulsa del Adonis jeringuillas. Me levanté repentinamente diciéndole –me voy, se acabó mi tiempo, aquí me pagan por trabajar y no por beber cafés. Y me marché moviendo el repostero con tal garbo que encandilaría de igual manera a un obispo como a un bombero.

¿Como se puede ser tan estúpido de hablar todo este tiempo de marcas de vinos, de sus diferencias y no se que majaderías más, como pude ser tan estúpida de aguantarlo todo voluntariamente sin sentirme obligada, solo para que me viesen mis compañeras?.

Había tenido ensoñaciones como una tonta de mentalidad infantil. Subía las escaleras del edificio con estas cavilaciones y en extremo enfadada conmigo misma. Era como si me sintiera engañada, seducida y engañada, al surgir en mí este pensamiento me paré en medio de la escalera, apenas pude refrenar el impulso de volver a bajarlas y decirle al pipiolo lo que pensaba de él. Pero simultáneamente y por fortuna apareció otro pensamiento que contrarrestaba el anterior.

Si fui yo quien me engañé y seducí, el infeliz no ha tenido arte ni parte en mis procesos mentales. ¡Tengo pajaritos en la cabeza! Exclamé en voz alta. Varias personas que descendía por la amplia escalera se fijaron, un señor ya de edad respondió ¡oh!Sí, veo volar unos pocos, les tiene usted la puerta abierta.

A lo que yo le respondí. La dejaré abierta hasta que no quede ni un solo pajarito dentro.

No acostumbro a comparar, pero a veces es inevitable hacerlo, qué diferencia con las conversaciones con mi compañero, éste seguía mis razonamientos, su mente era ágil, leía novelas solamente, es cierto, pero era ingenioso y relacionaba con prontitud un tema con otro, era yo quien aportaba los datos, él me escuchaba para después trasformarlos en un nuevo razonamiento. Además no estaba nada mal físicamente.

Durante los restantes días de la semana me bajé del femenino delirio del servicio, volviendo a la que antes era.

El médico no perdía ocasión de buscarme para intimar conmigo, llegó a invitarme a cenar, ante mis excusas, dijo que le gustaba que se sentía atraído por mí. Le respondí que me halagaba la autoestima femenina que esta noche me quedaría dormida satisfecha y con una sonrisa en los labios, pero que sus sentimientos al no coincidir con los míos no podría corresponderle a ninguno de ellos.

-Pues yo no podré dormir. Me dijo.

-Pues pastillitas amigo, pastillitas. Respondí mientras me iba.

Las ensoñaciones desaparecieron ocupando su lugar unos celos que a medida que pasaban los días se acrecentaban hasta límites insospechados.

Era celosa, pero lo normal sin llegar a destacar ni a adquirir rasgos patológicos, pero ahora me consumían hasta acercarme al borde de la locura. Como mi compañero no estaba en casa, le enviaba mensajes, no obtenía respuestas, realicé llamadas a su móvil, su respuesta volvía a ser el silencio. Todo ello me desesperaba todavía más.

Una noche que no conseguía dormir, cogí el teléfono y le llamé, su teléfono sonó lejano, pero lo escuché, sonaba en el cajón de su mesilla, allí estaba suena que te suena. En el estaban todas mis llamadas y mensajes no recibidos, no me pude reprimir y comencé a urgar en el archivo de sus mensajes, los celos me comían por dentro y por fuera también. Ni ética ni leches, leí todos sus mensajes, todos eran míos, lloré de desesperación.

No podía dejar de pensar en él, me cuidaba como una reina, me trataba como una princesa y haciendo el amor me acometía con el ardor de un mihura.

Había pasado ya una semana, esa misma noche mientras dormía noté como sus manos se deslizaban sobre mí, sus brazos abrazaban mi cuerpo y con firmeza lo apretaba contra el suyo.

Se que esos días estuvo visitando a conocidos que hacía tiempo que no veía, lo sé, seguro que eso fue lo que hizo, estoy convencida, totalmente segura, segurísima.

Jamás me atreví a preguntárselo.

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