4º Lo que desconozco de mi.

Hago referencia a la etapa en que me encontraba en la planta de paliativos, porque marcó mi vida en múltiples aspectos, aspectos todos ellos enriquecedores que contribuyeron a formarme como mujer.

En la vida de la persona, todos sus actos deben contribuir a su aprendizaje, toda experiencia debe ser reflexionada e incorporada a su bagaje vital como acervo de su espíritu, sin pararse en calificar estas experiencias en buenas o malas. Las experiencias son experiencias y nada más, el calificarlas es valorarlas con un esquema previo, esquema que obedece a menudo a criterios morales de ámbito local. Esto que parece tan sencillo me ha sido muy difícil de entender y todavía más difícil de interiorizar, puedo decir que fue labor de años de trabajo interno.

Recuerdo una enferma terminal de edad avanzada, por mi carácter risueño solía entrar en las habitaciones con alguna gracia o algún chisme de la calle unas veces real y otras inventados, contribuía a ello que mi abuela de edad avanzada también y a la que me encontraba muy unida, había fallecido ese mismo año. A ella le contaba pequeños incidentes que me ocurrían, y ella los oía y disfrutaba con sumo gozo, en los que más se regocijaba eran en los que había alguna carga erótica, sexual o amorosa que todo empieza en lo mismo y acaba en lo mesmo. La mayor parte de las veces me las inventaba, ella lo sabía, estoy segura, pero hacía como si no se diese cuenta y nos reíamos, contando ella a su vez, alguna de sus aventuras.

Debo reconocer que me atraía el trato con las personas mayores, algunas de ellas tenían mal carácter pero un poco de amabilidad, un poco de amor en el trato y ese mal carácter se convertía en amabilidad y dulzura, creo que se actúa así, más por miedo e inseguridades acumuladas que por el propio carácter en sí mismo.

Esta mujer cierto día me dijo –Da gusto verte trabajar, hija mía, siempre vienes tan alegre.

-La procesión va por dentro. Respondí, por decir algo.

-El exterior de las personas es una manifestación de su interior. Nadie puede mantener durante demasiado tiempo una alegría fingida. En esto estarás de acuerdo conmigo. Además te encuentras rodeada de tanto dolor y sobre todo, de tanto miedo, porque todos nosotros que aquí nos encontramos estamos aterrados, la edad y la enfermedad, nos asusta y no nos permite prepararnos para la muerte. Sabemos que está a nuestro lado y nos negamos a verla, sabemos que ha llegado la hora de abandonar este mundo y no queremos reconocerlo.

No puedes imaginarte el bien que nos haces, eres encantadora.

-Muchas gracias, el encanto es el que usted tiene.

-Tú si que tienes encanto, alegría y una gran virtud.

-Sí, ¿Cuál es?.

-Que no temes a la enfermedad, por eso nos tocas y nos acaricias y nos hablas cerca, sin miedo alguno, esa es una gran virtud, pero todavía tienes otra que es mayor, en ella radica tu fuerza.

Intrigada pregunté -¿Cuál es?.

-Podría decírtela, pero de nada serviría, eso debes descubrirlo por tí misma, una vez que lo descubras debes cultivarla, desarrollarla y hacerla crecer hasta el infinito.

La besé en la mejilla diciéndole –Qué cosas tiene, qué cosas tiene y que palabras más bonitas me dice.

-Qué cosas tienes tú hija, que cosas grandes y bonitas tienes.

Pocos días más tarde falleció.

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