5º Terror disimulado.

Llevaba casi una semana internado en la planta de paliativos, hablaba lo indispensable, como paciente era muy colaborador, aunque su enfermedad estaba en fase Terminal, pasaba la mayor parte del tiempo leyendo. Me fijé en los libros que estaban sobre su mesilla, no eran novelas ni libros de fácil lectura como correspondería a un enfermo, sus lecturas eran de filosofía, Lucrecio, Plotino, Shopenhauer, Krisnamurthi.


Cuando entraba en la habitación, tanto si era para medicar a su compañero o a él mismo, abandonaba su lectura y observaba atentamente cada uno de mis movimientos. Si era a él a quien atendía respetuosamente me daba las gracias, cuando salía reanudaba su lectura.


Pocas veces lo escuché quejarse, cuando trataba de entablar alguna pequeña conversación, el la rehuía con hábil delicadeza.


Comenté el caso con mis compañeros y con las auxiliares de planta, respondiéndome que era un hombre muy amable, si puede llamarse hombre a personas cuya enfermedad los tiene al borde de la muerte. En una cosa estaban todas de acuerdo, les parecía un hombre muy extraño y que las intimidaba la serenidad de su rostro así como la austeridad de sus modales.


No entraban incómodas en la habitación, pero su comportamiento y su trabajo lo hacían ante su presencia más solemne, más cuidadoso. El las observaba con sus ojos de mirada profunda, parecía que les llegaba a lo más profundo de su interior desnudando sus almas.


Ellas así lo percibían y yo no era una excepción. A pesar de todo no nos era molesto, curiosamente nos proporcionaba confianza, una especie de paternal confianza.


Cierto día, después de realizarle un control analítico hizo el siguiente comentario.


-Hasta ahora he podido levantarme para ir al baño pero de aquí en adelante, tendrán que ponerme pañal y asearme en la cama. Es el último peldaño que se desciende en la pérdida de la dignidad.


-No exagere. Respondí, por otra parte para eso estamos aquí, para ayudarle en todas estas cosas.


-No exagero, es lo evidente, cuando un hombre depende de otra persona y ya no puede realizar por si mismo su aseo básico.


Cuando tiene que realizar sus necesidades primarias, los pañales suponen para él una humillación, la pérdida de su dignidad. Entenderlo de otra manera, es entenderlo mal o no entenderlo en absoluto. Usted como enfermera debería saberlo.


-No comparto su opinión. Dije.


-No digo que comparta mi opinión, nos separan años de vida y de experiencias. Solo digo lo que supone para un hombre este hecho. Si usted no lo comprende, comprenderá muy pocas cosas de la vida y lo que es peor, muy pocas de su vida misma.


Lacónicamente añadió –no tiene porqué estar de acuerdo usted con mis palabras. El entenderlas y el comprender el sentimiento ajeno es otra cosa. Yo no comparto sus opiniones, sin embargo la comprendo.


Su deterioro físico fue galopante, a las pocos días la sedación se hizo más elevada con el fin de calmarle el sufrimiento que los intensos dolores le producían, con todo, mantenía la consciencia.


Una de las veces que fui a ponerle su mediación, me habló.


-No pasaré de esta noche, es más, no creo que pase de unas horas. ¿Ha visto usted morir a alguien? Preguntó.


-No, respondí. Estupefacta.


-Sería una gran lección para usted y le vendría muy bien, perdería ese miedo infantil que le tiene a la muerte.


Ha de saber que cuando ella está, nosotros no estamos, y cuando nosotros estamos, ella no está.


-Eso es evidente. Dije haciéndome la interesante.


-Esta frase es de Sócrates, del Sócrates de Platón, porque hay más Sócrates según sea el discípulo que de él haya escrito. Y puedo asegurarle que si lógicamente es evidente como usted bien dice, no lo es realmente.


-Como es eso posible, no entiendo.


-La muerte esta en esta habitación, al lado de mi cama desde ayer, usted no puede verla, yo tampoco hasta hace poco tiempo. Pero sí sentía su presencia, eso sí puede usted hacerlo con un poco de esfuerzo que haga.


Aquí realizó una pausa, le acerqué un poco de agua que bebió.


-Gracias. No obstante, continúo, si usted observa mi rostro, observa como el espíritu abandona este cuerpo, cansado, deteriorado por la enfermedad, si lo observa sin perjuicio y sin prejuicio, si lo observa sin más, aprenderá mucho. No sobre mí sino sobre usted misma. Es usted muy joven, necesita aprender esta lección.


Cerró los ojos y no volvió a abrirlos, avisé a mi compañera que me sustituyese, realizando ella el doble del cometido, su trabajo y el mío, y me quedé sentada a su lado observándolo como me había dicho.


Pasé más de dos horas sin moverme de su lado, tenía terror a la muerte, desde niña le tenía un terror que rondaba el pánico , sin saber que era, no en que consistía. Él lo sabía, lo había descubierto en mí.


Poco a poco mi cuerpo se fue relajando, mi mente también fue familiarizándose con su presencia y casi sin darme cuenta apoyé mi mano en una de las suyas. En ese instante, un profundo suspiro salió de sus labios y supe que acababa de fallecer seguí con mi mano sobre la suya observando su rostro y su cuerpo y empecé a ver en la penumbra de la habitación como algo blanquecino comenzaba a desprenderse de su cuerpo, una especie de pequeña nube blanquecina que se paró a un metro aproximadamente de su cuerpo para irse desvaneciendo lentamente.


Cuando salí de la habitación, preguntaron que me había ocurrido, que tenía los ojos brillantes el rostro luminoso y que me encontraba hermosa, hermosa como nunca me habían visto. 


La verdad es que había dejado de tener miedo, no tenía conciencia de lo que eso significaba, y ese sentimiento me acompañó durante el resto de mi vida.

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