28º Los engaños.

Nos han educado en la culpa. La culpa, ese concepto de la religión judeo-cristiana ha invadido nuestras mentes de tal manera que nos creemos y lo que todavía es peor, nos sentimos culpables. Nacemos ya, según esta religión, con el estigma del pecado original, que al parecer no es otro que el sexo.

Culpabilizándonos esta misma religión, por pensamiento, palabra, oído, vista, acto y omisión, siendo el sexo el gran punto de mira del pecado religioso.

La mujer es vista como el mal tentador del hombre, como el pecado, como el mal humano que para redimirse, debe ser virgen, casta y pura.

La madre de Jesús de Nazaret, la hicieron absurdamente virgen, fecundada y absurdamente virgen post-parto, dando con ello un absurdo culto a lo absurdo. Una vez más se corrobora la máxima, cuanto más absurdo más creíble.

La religión judeo-cristiana, elabora una lista de culpas que divide en pecados capitales y veniales es decir mayores y menores.

Es una religión que al igual que las demás religiones y sectas religiosas, basa su poder y su fuerza en la represión de las necesidades fisiológicas, orientando su satisfacción por cauces artificialmente creados. Quien desee satisfacer sus necesidades sexuales debe contraer matrimonio por medio de una previa celebración religiosa y por medio de un permiso estatal. De no hacerlo así viviríamos en pecado y seríamos culpables ante los ojos y ante la ley de Dios. Al igual que seríamos perseguidos por infringir las leyes gubernamentales.
Dios al parecer es infinito y los sacerdotes logran poner lo infinito en un libro. Aquí está Dios, éste es el libro de Dios, este es el libro sagrado con la palabra, el mandato y las leyes de Dios.

Absurdo, tras absurdo y se cree porque es absurdo. Educamos con la culpa, educamos con la culpabilización y con el castigo. Culpa ésta, aunque dirigida, a su vez la dirigimos hacia otros como una válvula de alivio.

Cuando un niño tropieza con una mesa y se hace daño, sus familiares para cortarle el llanto alivian su dolor diciéndole.

-Pégale a la mesa, la mesa es mala, ríñela a la mesa que te dio un golpe en la cabeza.

Al hacerlo, despista el niño el incidente aliviando su dolor, pero esta acción repetida y vista en sus múltiples variantes en sus progenitores, hipotecará su futuro aliviando cuando ya es adulto sus padecimientos culpabilizando a otras personas y su entorno. El mecanismo que le han enseñado en su infancia, lo reproduce cuando es adulto. La culpa es tuya, le reprocha la mujer al marido o a la inversa. La culpa la tienen los políticos, reprocha el ciudadano sin querer reconocer su culpable pasividad. La culpa y los culpables siempre es de fuera, al igual que las tentaciones y el pecado, yo soy inocente. Así opera esta válvula de alivio compensatorio de la culpa religiosa interna.

Alguien dirá que hoy en día el peso de la religiosidad sobre las mentes es mínimo. Observen si las personas contraen vínculos matrimoniales por la iglesia y el estado, observen si los niños son bautizados, observen si a los niños se les induce a celebrar la primera comunión y finalmente observen si los sacerdotes ofician el enterramiento del cuerpo a la hora de la muerte.

Si eso no tiene importancia, porqué se hace entonces. Porque sí tiene importancia para aquel que lo hace y para quienes quien quieren que lo hagan también.

El camino de Santiago se recuperó del olvido, miles de personas realizan este camino en sus vacaciones, argumentaran algunos, que la gran mayoría de estos concheiros, que es como se les denominaba a quienes peregrinaban a Santiago, romeros a los que lo hacían a Roma y peregrinos quienes lo hacían a Jerusalén, no lo hacen por fervor religioso alguno, que es más bien deportivo, turístico, vacacional y de aventura. No pongo en duda estas motivaciones, como tampoco niego que además se haga este camino como una huída de sus mujeres, como huída de sus maridos, hijos, padres, trabajos, estudios, etc. Pero sea por lo que sea por lo que el camino de Santiago se haga, se realiza por una ruta religiosa, gubernamentalmente trazada, programada y publicitada y que al final de esta ruta se encuentra una ciudad de comerciantes, una ciudad capital política de Galicia, una ciudad que es después de Roma, la sede de la cristiandad occidental.

A su llegada estas personas ansían entrar en la catedral y escuchar allí oficiar una misa como el mayor de sus anhelos y obtener el justificante de haber realizado el camino que lo expende una oficina turística-religiosa.

Todo lo que se quiera, pero por caminos religiosamente trazados, todo con orden y vigilancia.

En este mundo traidor
nada es verdad ni mentira,
todo es según el color del cristal
con que se mira
siendo así, la rueda de la existencia,
pecar, hacer penitencia
y luego vuelta a empezar.

En las visitas que realizaba a la planta de ingresos por anorexia, con frecuencia me sentaba en la sala que tienen para su esparcimiento, permanecía tiempo sentada, mezclándome con las visitas y familiares acostumbrándoles a mi presencia y así poder observar los movimientos, los gestos, las expresiones, las palabras, las conversaciones, observar las vestimentas de los familiares, sobre todo observaba a las madres, observación que luego comparaba con las hijas.

No tuve trato directo con pacientes, porque mi trabajo no estuvo nunca destinado en esa planta, pero mi curiosidad por la psicología y la preocupación por el alma humana me condujo casi como una obsesión hacia esa planta. Quería entender como en la flor de la juventud, cuando la vida tiene más fuerza, cuando la vida posee un impulso irreprimible, alguien es capaz de negarla y sustraerse voluntariamente a esa fuerza.

No pasé allí demasiado tiempo de cada vez, excepto en mis turnos de noche, en esas horas en que el silencio del sueño invade la planta, entonces me dirigía a ella y escuchaba a algunas de estas infelices durante horas.

De ellas aprendí mucho y mucho me ayudaron por rebote, a conocerme a mí misma. Pero también con la confianza que íbamos adquiriendo y sabiendo que no era enfermera de la planta, bajo secreto y me lo hicieron jurar que no lo contaría a nadie del centro, me pusieron al día de sus trucos hospitalarios y domésticos.

Entre risas y bromas me iban contando como se libraban de la comida que en sus casas o en el hospital les obligaban a ingerir. Me decían.

-En casa delante de tus padres dejas que te vean comer, llenas la boca de comida, en un momento de despiste haces que limpias los labios y echas el contenido en la servilleta. Al final el plato queda limpio, incluso puedes permitirte el lujo de halagar la comida.

-¿No se dan cuenta del engaño?.

Se reían a carcajadas ante mi pregunta.

-Pueden pasar años, sin que tengan la menor sospecha. Por mucho que se diga quienes menos conocen a los hijos son los padres. Ellos están preocupados por otros asuntos.

-Increíble, jamás lo hubiera sospechado.

Les decía yo para alentarlas a seguir hablando.

-Otras veces comes en abundancia delante de ellos, después en el baño intencionadamente provocas el vómito y dejas el estómago más vacío que un bolsillo de mendigo.

-Otras veces por la tarde manchas una taza con algo de leche y deshaces unas galletas. Lo haces al igual otras veces por la noche mientras duermen. Al día siguiente lo ven y creen que has comido.

-Esa actitud es insostenible durante mucho tiempo. Fingir así debe ser un tormento insoportable.

Volvieron a reírse de mí. La verdad es que me encantaba escucharlas, hablar de todo esto con la despreocupada naturalidad y frescura de la gente joven.

-Que va a ser un tormento, es divertido, te acabas riendo de todos, puedes hacer lo más evidente que no se enteran de nada.

-No lo puedo creer.

-Te aseguramos que es cierto. Además también tomamos laxantes, nos producen una descomposición que nos deja el intestino limpio todos los días. 

También tomamos diuréticos, con ellos meamos como monas.

Sus risas no se hicieron esperar, la mía las acompañaba con ganas.

-Dejamos bolsas de patatas vacías o de frutos secos bien visibles en la habitación para que crean que comemos a deshora.

A veces nos entran ataques de ansiedad por comer, es como si nos volviéramos locas por comer e ingerimos cantidades asombrosas de comida.

-Una vez, dijo una de ellas, me comí dos pizzas, tres sandwichs y una bolsa de patatas.

-¿Te cupo todo eso? Pregunté.

-Estaba hinchada como una foca, claro que después de vomitar todo volvió a ser como antes de comer.

-Aquí, además de los diuréticos y laxantes, utilizamos otros trucos.

-La necesidad agudiza el ingenio . Sentenció una de ellas.

-Cuando nos van a realizar el control diario del peso, bebemos una buena cantidad de agua y con ella en el estómago pesamos más. Otras veces retienes la orina hasta que te pesan, después vamos al baño libremente. 

Si retienes trescientos mililitros tienes casi trescientos gramos más y das el camelo. Otras veces no permites mover el vientre y retienes las heces, esto incrementa el peso también.

-Pero eso lo tienen presente, ya están familiarizados con estos trucos.

-No lo creas, no tanto como parece. Pero aun hay más, esto es el curso de primaria. Si quiero incrementar el peso, puedo ponerme pilas entre el pelo recogido en un moño, o pegados al cuerpo con esparadrapos.

-Pero con todo esto lo que se consigue es que os hagan una alimentación asistida. Respondí.

-Ahora viene algo que solamente es para doctoradas, cuando eso sucede, con una jeringa de las grandes, extraemos el liquido ese asqueroso. Hay más cosas pero esas ya son top secret.

Me levanté para marcharme tenía un ligero dolor de cabeza que por momentos se incrementaba.

-¿Cuando volverás a visitarnos?.

-Tan pronto pueda, tan pronto pueda. Les dije.

La cabeza se me iba un poco, salí consternada hacía mi planta.

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