29º Está como un queso.

Se ha dicho que una de las principales causas motivantes de la anorexia eran los diseñadores de ropa porque realizaban sus diseños y fabricación con tallaje muy pequeño, tallaje pensado en cuerpos casi de niñas más bien delgados que de adolescentes y muchachas con un cuerpo normalmente desarrollados.

Se ha culpado también a los diseñadores y las modelos debido a la delgadez de muchas de ellas, como los grandes culpables. Las chicas las imitan, desean ser como ellas y se niegan a la comida.

No digo que no tengan algo de culpabilidad, pero solamente algo. De buscar culpables estos deben buscarse en el entorno cercano y familiar que es el que en realidad influye directamente sobre la educación y las costumbres de estas muchachas.

Es cierto que la televisión en sus numerosos canales con la emisión de estúpidas series norteamericanas dirigidas a las adolescentes, las infantilizan con una realidad que no es la suya. Igualmente ocurre con la utilización del ordenador, máquinas de juego y del tan al parecer beneficioso e indispensable Internet.

Si esto ocurre en una casa, es porque los padres permiten este excesivo uso y abuso de estos aparatos por parte de sus hijos, los padres tienen más tiempo para dedicarse a sus asuntos, en lugar de dedicarles el tiempo y la atención necesaria a sus hijos.

Ésta es, a mi manera de ver la auténtica causa. La televisión con sus programas y el ordenador, no son más que derivaciones.

Otra de las causas, es la imitación, pero esta vez la imitación es a las madres. 

Algunas de estas madres, que no desean envejecer con dignidad, es decir no teniendo una alimentación sana, equilibrada, ni haciendo por pereza ejercicio alguno que tonifique su cuerpo manteniéndolo ágil y fuerte. Se dedican a realizar sin medida alguna, desproporcionadas dietas y brutales ayunos, con el resultado de deficiencias alimenticias cuyo primer síntoma es el cansancio, la alteración nerviosa y el insómnio.

Al formar parte de la dieta el café como estimulante, todavía se incrementan más los síntomas anteriores.

Quien no ha escuchado la frase “mi peso es”, “de siempre pesé”, “desde los diecisiete años mi peso es”,y tienen todas ellas edades que superan la cuarentena.

En su cuarto de baño no puede faltar la báscula a la que se suben para pesarse múltiples veces diariamente, convirtiendo esta costumbre, en un hábito, incluso hasta en una adicción.

Las niñas y las muchachas, oyen y ven e imitan aquello que oyen y ven, tomando por buena esta insana costumbre.

Estas madres por otra parte, se encuentran tan centradas en la apariencia de su aspecto exterior, que se olvidan del resto de sí mísmas y de sus hijas.

Es como si quisiesen competir con ellas, produciéndose con frecuencia el caso de avejentar con la vestimenta a la hija, mientras la madre se enfunda en ropas y peinados adolescentemente ridículos.

Pero la culpa es de fuera, siempre viene del exterior de la familia. Quien no ha oído decir, “estudió gracias a nuestro sacrificio” y “se desvió por las malas compañías”. La hipocresía familiar no tiene límites, se estira dando siempre de sí sin llegar nunca a romperse. Si la hija llega a situarse socialmente es gracias al esfuerzo de los padres, sin embargo si la hija es consumidora habitual de drogas, es debido a las malas compañías. Los padres lo dicen en voz alta acabando por creerse sus propias majaderías, no reconociendonunca, el abandono la falta de dedicación y de amor a sus hijos.

En una ocasión me encontré en la sala de esparcimiento que tienen las enfermas de anorexia a la hija de unos conocidos, la muchacha a la que conocía desde niña, era realmente encantadora, muy inteligente y atractiva aunque en estos momentos excesivamente delgada, las facciones de su rostro endurecidas y el carácter huraño.

Se alegró al verme, aunque noté que se avergonzó por encontrarla allí hospitalizada.

Ese mismo mes había cumplido dieciocho años.

Unos días después volví a visitarla, subí al ascensor que me conducía a su planta, en una de las paradas subió también un joven y simpático celador que había entrado a trabajar ese mismo año en el hospital.

Estaba lleno de vitalidad, era inquieto y servicial, siempre estaba haciendo algo, el no hacer nada lo aburría mortalmente. Cuando me cruzaba con el le decía.

-Lo tuyo no es ser funcionario.

A lo que él respondía.

-Veremos quien cambia a quien.

En esta ocasión lo cogí del brazo diciéndole,

-Acompáñame, voy a hacer una visita.

Lo llevé conmigo y le presenté a la hija de estos conocidos, charlamos un buen rato. Sabiendo que al celador le gustaba de viajar a la mínima oportunidad y que practicaba senderismo, desvié la conversación por ese tema, la conversación se tornó muy animada, después de los primeros embarazosos momentos de la presentación.

El celador que no pasaba de los veintitres años, comenzó a visitarla todos los días y varias veces al día, llegando a finalizar su turno de trabajo y permanecer los dos de cháchara durante horas.

A las pocos días a la muchacha le desapareció el gesto duro de su rostro y como por arte de mágia el carácter huraño se volvió afable y risueño. Comenzó a comer y a ganar peso.

Su recuperación había sido asombrosa, el día anterior a que le diesen el alta hospitalaria, estuve con ella y le pregunté si le gustaba el celador.

-¿Qué si me gusta? ¡está como un queso! Este fin de semana haremos una marcha por el monte. Entre nosotras. Me dijo. Hace el amor como los ángeles.

-¿Cómo los ángeles buenos?.

-¡Y como los ángeles malos también! Respondió riéndose.

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