26º La bofetada.

Estaba en la planta de enfermos paliativos, a última hora de la tarde ingresan a un paciente de edad avanzada, le acompañan varios familiares. No tiene sentido tanto acompañamiento ni tanto séquito.


Cuando un enfermo ingresa en esta planta, es para no salir de ella con vida en la mayoría de los casos y en los pocos que de ella salen, no tardan en volver.


No obstante, con anterioridad a permanecer ingresados en esta planta, han estado ingresados otras muchas veces en otras plantas diferentes según iba desarrollándose la enfermedad, lo que quiere decir que están acostumbrados a los ingresos hospitalarios.


En una frase resumida, a paliativos se viene a morir. Es triste morir en un hospital, está de moda hacerlo, porque a la muerte se le teme, y por tanto los familiares y el propio enfermo la ocultan. Se asemejan a la avestruz, que según dicen ante un peligro inminente oculta su cabeza bajo el ala, creyendo que no viendo el peligro, el peligro desaparece. No creo esto de la avestruz, pero sí lo creo del hombre, apartando de sí la visión de la muerte, cree que su presencia desaparece. Este es el principal motivo y no otro, por el que les permiten sus familiares que abandonen este mundo en un lugar extraño y no en su casa rodeados de sus objetos cotidianas y de sus allegados.


El temor, ese terrible fantasma paraliza la mente humana convirtiéndola de racional en irracional, de flexible en inflexible hasta llegar a una rigidez que se rompe por su misma tensión.


Se teme al futuro, se teme al presente, se teme al pasado, aunque nadie se haya puesto a pensar lo que es el futuro, el presente y el pasado. Se teme a la enfermedad, se teme a las penalidades, a los disgustos, a la miseria, a la pobreza, al dolor, al sufrimiento, se teme al fracaso, se teme perder el estatus económico, se teme al despido en los empleos, se teme al que dirán, la lista puede ser interminablemente infinita. ¿Hay a menudo algo real en estos temores?, nada real, son temores infundados. Pocas personas se han detenido a reflexionar lo que es el temor y lo que este representa en sus vidas. Quien esto hace, su vida toma una dirección opuesta a la que hasta ese momento ha llevado. El que tiene temor a la miseria, nunca logrará hacer desaparecer su temor por muy nutrida que sea su cuenta bancaria, de ahí su obsesiva necesidad de agrandarla cada vez más. El dinero en este caso, es como el medicamento paliativo del dolor que suministramos en esta planta, calma el dolor y enmascara la enfermedad.


Uno de estos familiares era mujer, sobre los treinta años, venía acompañada por su novio, me pareció afectada y teatral, por la manera como que se comportaba.


Allí permanecieron siete personas en la habitación y en el pasillo por espacio de dos horas, después se marcharon, la teatral, la llamo así porque era teatro todo lo que tenía encima, iba apoyada en el brazo de su novio, éste solícito y realmente afectado por el comportamiento de su novia, se lo ofrecía compungido.


Durante la semana que el paciente permaneció ingresado, únicamente una mujer permaneció a su lado día y noche, abandonando la habitación en las obligadas horas de limpieza y visita médica.


Transcurrido este tiempo, el paciente entró en coma y se le comunicó al familiar que era cuestión de horas la vida que le quedaba, siendo seguro que en su estado agonizante no pasaría de esa noche.


Con la noticia volvieron a reaparecer todos aquellos familiares que habían venido con su ingreso, entre ellos la teatral con ojos llorosos y andares de Verónica procesional, se desplazaban de la habitación al pasillo, del pasillo a la habitación y vuelta de nuevo a empezar. Permanecían impacientes a la espera del anunciado y esperado final.


Con frecuencia el médico ha pronosticado la muerte inminente de un enfermo y con frecuencia este tiempo se alarga. Lo curioso de este hecho, es ver el comportamiento nervioso y lleno de ansiedad de los familiares que hartos de esperar, pasean intranquilos como tigres enjaulados. A menudo me pareció ver en algunas caras enfado y contrariedad, en otros al pasar por su lado es como si oyese decirles ¡porque no te mueres ya de una vez!.


Los días de sufrimiento y agonía del enfermo junto con esas últimas horas, preparan el corazón de aquellos familiares que lo tienen, para ese inevitable desenlace.


Me encontraba en el control de enfermería cuando escucho ruidos y llantos al fondo del pasillo, varias compañeras acuden allí. Había fallecido un enfermo y la familiar teatrera, estaba poseída de un llanto histérico que alternaba con gritos. La llevaron a una pequeña salita de urgencias de la planta, cuando llego, la habían acostado en la camilla de la que traba de incorporarse impidiéndoselo varias auxiliares y algún familiar.


Entré, mandé salir a los familiares y sola con las auxiliares, les dije:


-¡Dejad que se incorpore!.


Era de noche y alborotaba toda la planta molestando a los enfermos, no me hubiese importado ese comportamiento si estuviésemos entre caballos, pero estábamos en un hospital. Le propiné dos bofetadas, la verdad es que fueron dos buenas bofetadas una del derecho y otra del revés para equilibrarla bien de ambos lados.


El efecto fue como la purga de Benito, instantáneo. Abrió los ojos asombrados y cerró la boca sin poder decir absolutamente nada.


-¡Así esta mejor! Le dije. Las formas no están reñidas con el dolor.


Llené un vaso con agua, cogí al azar una pastilla cualquiera del estante, y se la ofrecí.


-Esto te sentará bien.


No volvieron a oírse gritos ni llantos esa noche.

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