6º Cosas de niños.

A lo largo de mi ejercicio profesional como enfermera roté por varios hospitales de diferentes ciudades.

Realicé estudios y cursos de diferentes especialidades de enfermería, podría decirse de mí que fui una enfermera con excelente y completa formación, abarcaba desde la gerontología a la pediatría, pasando por la de quirófano y comadrona. Ejercí estos conocimientos en todos los destinos diferentes y en todos ellos obtuve grandes satisfacciones personales.

Me encontraba trabajando en una planta de pediatría.

Los niños han sido los mejores pacientes que he tenido jamás, dóciles, colaboradores y agradecidos, no siéndolo así, con frecuencia, sus padres y familiares.

A menudo los padres abandonaban a los niños enfermos en sus camas al único cuidado del personal hospitalario. Esto me causaba una pena atroz, me rompía literalmente el alma. Otras veces los acompañaban y era preferible muchos de ellos que no lo hiciesen y dejasen a los niños tranquilos, sin regañarles.

Madres histéricas, madres sometidas a tratamientos nerviosos, abuelas que desconocían lo que era la ternura y padres que por allí no aparecían y cuando esto sucedía eran auténticos brutos, enfadándose con el niño porque no se recuperaba, reprochándosele que por su culpa tenían que variar la rutina de sus hábitos.

Recuerdo a un niño de nueve años, padecía una grave enfermedad, una leucemia sin curación posible se había instalado en su cuerpo. Este niño era especialmente inteligente, alegre y risueño, por momentos su rostro adquiría una seriedad que sobrecogía.

Sus padres, no se separaban de él ni de día ni de noche, ni un solo momento se alejaban de su cama, no he visto abnegación ni entrega de tal magnitud en mis cuarenta y cinco años de trabajo en hospitales.

Sus padres habían recorrido los mejores médicos buscando a la desesperada una solución, la negativa era la respuesta obtenida. Solamente el tratamiento oncológico como posibilidad remota y sin esperar resultado esperanzador alguno era lo que se les ofrecía. Muy sensatamente, ante este dilema decidieron no someter a su niño a semejante suplicio, prefiriendo ver como se agotaba su energía vital lentamente a como se la extraía brutalmente.

A decir verdad, nos tenía a todo el personal de planta encandilados, él era consciente de su situación y la sobrellevaba con una entereza que nos asombraba. A veces cuando veía a sus padres excesivamente tristes, era él quien los animaba con una de esas salidas que solamente los niños tienen, arrancando de ellos sonrisas y acababan riéndose juntos.

El niño empeoró, muy poco tiempo le quedaba ya en este mundo, aunque su muerte era esperada, sus padres la sufrían como si fuese una noticia de última hora.

El niño notaba su desolación, en ese momento yo me encontraba con ellos, de repente el niño les dijo, -no debéis poneros tristes por mí. Aquí está mi abuela, mi abuelo y un señor que no conozco que está con ellos, me acarician y me hablan. Yo sé que no les veis pero están aquí, siempre están aquí como lo estáis vosotros.

No dábamos crédito a lo que oíamos.

-Dices que están aquí.

-Sí, están aquí, conmigo, me dicen que no tenga miedo que ellos me ayudaran, me dicen que no debéis preocuparos por mí, que todo ha salido como había sido preparado, me dijeron que os diga que mi paso en este mundo está cumplido, a él sólo vine por este corto período de tiempo.

Su padre salió de la habitación para poder desatar abiertamente sus emociones.

-Aquí no hago nada, quiero irme a mi casa, estar en mi habitación con vosotros y con mis cosas. De morirme quiero hacerlo en mi casa.

Esa misma tarde abandonaron el hospital y esa misma noche falleció.

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