1º La máquina.

Realicé mis primeras prácticas en la planta de cardiología de un conocido hospital general. Joven y sin experiencia alguna, servía de telonera a las enfermeras, como suele llamarse en el argot musical al grupo de relleno que acompaña a la banda estrella. De ellas aprendía y bajo sus indicaciones llevaba a la realidad los conocimientos teóricos que en las aulas había recibido.

Una de las enfermeras tenía un carácter áspero, rayando en la mala educación las contestaciones que frecuentemente daba a los enfermos y familiares.

Por mi parte no la soportaba, pero yo no era más que una enfermera que lo único que sabía de un enfermo, es que era alguien que se encontraba postrado en una cama por causa de una dolencia.

Ahí finalizaba todo mi conocimiento, precisamente en el lugar en donde tenía su comienzo. De todas maneras detestaba ese trato y esas respuestas, pero nada podía hacer.

Los pacientes no la tragaban, cuando la veían entrar en las habitaciones apretaban los labios manifestando sus rostros expresión de desagrado.

En una de las ocasiones administrando la medicación, uno de los aparatos que registraban las mediciones del corazón de una enferma, se había parado.

La enfermera al verlo de esa manera comenzó a despotricar culpabilizando indirectamente a la enferma. Intenté calmarla desviando la atención diciendo que las máquinas son máquinas y tienen averías.

No atendía a razones, mis palabras no servían para nada. Después comenzó a decir repetidas veces mientras manipulaba los botones y mandos.

-¡Pues el aparato no funciona, no funciona! ¡Antes funcionaba y ahora no funciona!. ¡Esto no puede ser, la máquina no funciona!.

Me fijé en la enferma que comenzó a mover la cabeza lentamente a la vez que su rostro adquiría un color pálido.

Con los años aprendí que los ojos, las miradas, las expresiones y el color del rostro son indicativas señales predecesoras de comportamientos.

Un perro primero lo indica con el ladrido, con sus diferentes gamas e intensidades, si manifiesta agresividad además se le erizan los pelos del lomo, con una mayor agresividad gruñe al tiempo que arruga la piel del hocico enseñando ligeramente los dientes. Con estas actitudes está avisando, pero cuando la piel del hocico se arruga de tal manera mostrando los dientes y los colmillos, es que va a realizar un ataque inminente.

Al rostro de las personas le ocurre algo parecido, si tengo una discusión con alguien y a este alguien se la hincha un poco la cara, o se pone rojo, como suele decirse, rojo de ira, está mostrando su enfado y su cólera.

La razón no es otra que la sangre acude a su cara, pero cuando el rostro pasa de ese color a un color pálido quiere decir que la sangre se traslada a los músculos y entonces al igual que el perro mostrando los colmillos, ese alguien va a pasar a la acción.

Eso fue lo que ocurrió, con un movimiento rápido extendió su brazo agarrando a la enfermera por el pelo, balanceó su cabeza como una muñeca de un lado para otro, mientras le decía.

-¡Pues yo estoy viva¡ ¡Yo estoy viva! ¿Me oyes? ¡Estoy viva¡.

La enfermera chillaba hasta que logró desasirse, o hasta que la mano libró su cabellera. Por mi parte no hice el menor ademan de ayudarla.

Salió escopetada de la habitación con el pelo revuelto de loca, que le iba a su carácter como anillo al dedo de una aspirante a matrimonio.

Salí tras ella, guiñándole un ojo a la paciente al tiempo que levantando el pulgar de mi mano, le mostraba mis más sinceras felicitaciones.

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