25º Preparadas para ser madres.

En el tiempo que estuve trabajando en la planta de maternidad, hubo momentos espléndidos, gratificantes y también los hubo de gran tristeza. No sucede lo mismo con todos los trabajos, al igual que en las distintas especialidades y en las diferentes plantas en que he estado, en unas se está más propensa que en otras a este tan acusado contraste.

Si poco antes había escrito sobre la mujer que había echado de la habitación a su madre, voy a contar el caso de otra madre primeriza y ya no tan joven. Su edad superaba la treintena, no deseaba tener hijo alguno, postura en la que se mantenía firme sin preocuparle el deseo de su marido.

He conocido a mujeres que rehuían el embarazo, porque tenían la convicción de que el cuerpo le quedaría deformado para el resto de sus vidas. Las caderas, decían, se anchean, el vientre se dilata, la piel quedará con estrías y los pechos colgarán perdiendo su turgencia y dureza.

No conseguí a ninguna de ellas convencerlas de que todas esas creencias no eran más que tonterías, les explicaba que los huesos de las caderas en su dilatación vuelven posteriormente a su lugar y quedarán igual que antes con un poco de ejercicio, al igual que el vientre volvería a ponerse plano y a adquirir la dureza muscular anterior con una adecuada gimnasia post-parto.

A los pechos les ocurriría exactamente igual, pudiendo a lo sumo perder algo de su firmeza anterior, pero que con una dedicación de cinco minutos diarios se corregirían con facilidad.

Además debe tenerse en cuenta, que el pecho de la mujer tiene su mayor firmeza hasta los veinte años, a partir de esa edad los pechos van perdiendo su turgencia natural. Este es el motivo por el que los fotógrafos profesionales utilizan para la publicidad los pechos de jovencitas.

Las estrías de la piel se evitarían con una crema de las muchas que hoy hay en el mercado.

De nada servían mis palabras, lo que me hizo pensar que detrás de esa negativa a quedarse embarazadas y darles de mamar a los hijos había un problema mayor y secretamente oculto. Las mujeres así son más de las que puedan creerse, muchas de ellas se quedan embarazadas y tienen hijos, sí los tienen, pero con una calculada finalidad, la de sujetar a los maridos bajo su férula y la de invertir en sus hijos con la intención de que las cuiden cuando sean mayores. Egoísmo por un lado, hipocresía amorosa por el otro, casi siempre ambas van unidas.

En todas ellas veía unas constantes comunes, preocupación excesiva por su físico exterior, que aplacaban con asistencia asidua a peluquerías, tratamientos de belleza frecuentes y la compra de ropas en comercios de moda.

Todas ellas se preocupaban por las dietas de comida, acudiendo a la consulta de profesionales que las ponían innecesariamente a dieta, dietas que ellas mismas al cabo de un tiempo dejaban de cumplir. No haciendo ni preocupándose jamás de hacer un racional ejercicio o una tabla de ejercicios gimnásticos especializados para el fortalecimiento y realce del cuerpo femenino.

Otras de las constantes que comúnmente unía a estas mujeres, jóvenes o no, era la frivolidad. Todas ellas eran de naturaleza frívola. Esta frivolidad la aplacaban con la programación de frecuentes viajes, las cenas en restaurantes, la permanencia en cafés y en terrazas en los días de buen tiempo.

Otra constante de todas ellas, era lo anodino de sus conversaciones que junto con su estupidez mental se me hacían tediosas e insoportables.

Detrás de todo esto, había en ellas una terrible insatisfacción y un gran complejo de inferioridad rallando lo patológico que las hacía pelearse con la vida. Todo les parecía bien si todo iba por el cauce de sus deseos, todo les parecía mal e incomodaba si no coincidía con sus querencias del momento. 

Toda contrariedad les suponía una afrenta, la vida para estas mujeres, aunque lo ocultasen, las ofende constantemente porque pocas veces es coincidente con sus variables deseos.

En una ocasión, una madre primeriza de las que podemos ubicar en el grupo descrito anteriormente, tenía en la habitación un ostentoso ramo de flores y una gran caja de bombones en la mesilla. Bajo la máscara de alegría, noté al momento que toda ella era fingimiento, que tras ese fingimiento se ocultaba el fantasma del temor y le llamo fantasma porque el temor no es otra cosa que un fantasma creado por nosotros mismos o por otras personas que nos hacen creer en ellos como una realidad tangible.

Para animarla un poco, a pesar de su aparente alegría, le dije que me ayudase, que íbamos a cambiar el pañal al pequeño.

Le sugerí que fuese ella quien lo hiciese así iría practicando y ganando seguridad en el manejo del cuerpo del pequeño, indicándole que los recién nacidos aunque delicados son muy fuertes.

Al desabrochar el pañal, surgió ante nuestra vista unas hermosas y claras heces de bebé sin olor alguno que pudiese causar desagrado.

Y digo hermosas heces, porque eran claras, si fuesen verdosas indicarían con mucha probabilidad que el recién había tragado meconio durante el parto, esto en el futuro podría acarrearle trastornos de intestino, reflujos, desarreglos estomacales y alérgias, derivando unas veces hacia problemas de piel y otras hacia problemas respiratorios.

Esto era algo en que solía fijarme y con insistencia les decía a las madres que observasen en sus casas las heces de los niños.

Estas heces eran magníficas, de libro, podría decirse. Apenas la madre las vio, una arcada y el posterior vómito salió de su boca, casi sin tiempo para desviar su trayectoria que caía directamente sobre el pequeño.

Asombrada exclamé.

-¡Alma de Dios! ¿que te ocurre?.

-No lo puedo evitar, es superior a mis fuerzas.

-¿Estas diciendo que las heces de un recién nacido que además es tu hijo, te hacen vomitar?.

-Eso mismo. No lo puedo soportar.

Diciendo esto se dirigió a la cama y se acostó. Lavé al pequeño y cambié el pañal, quise dárselo para que lo tuviera a su lado pero me lo rechazó con un gesto de la mano.

El niño puesto en la cuna, no tardo en volverse a dormir, durante los primeros días, los niños únicamente duermen y comen, si lloran es para comunicar que tienen hambre o que se encuentran incómodos con algo que les molesta, a menudo la excesiva ropa y casi siempre los gases que les producen los alimentos en su joven intestino o el propio aire que tragan estos mamoncetes.

-Así que tu también eres de las que renuncias a dar pecho a tu bebé.

Le dije mirándola fijamente a los ojos.

-Sabrás que al no ingerir el calostro, el niño obtendrá menos defensas naturales con las que podría evitar muchas enfermedades.

Malhumorada me contestó. Para eso están los medicamentos.

-Sabrás también que los medicamentos en su mayoría únicamente tienen un efecto sobre los síntomas y no sobre el origen causante de la enfermedad. Los medicamentos sintomáticos, alteran profundamente el funcionamiento de ciertos órganos, disminuyendo todavía más las defensas naturales del cuerpo.

Se encogió de hombros y comportándose como una niña caprichosa dirigió sus ojos hacia el televisor apagado. Permaneció un buen tiempo con ese mutismo obstinado.

Llegado a este punto, me entraron ganas locas de abofetearla.

Instantes después añadió.

-Era adolescente cuando mis padres tuvieron a mi hermano el pequeño. Me acuerdo perfectamente del día en que mi madre me dijo que le cambiase del pañal. Sucedió exactamente igual que ahora, con la diferencia que aquella vez vomité sobre él.

-Nunca te has llevado bien con ese hermano pequeño, y el siempre se ha portado bien contigo, no creo que recuerdes alguna mala intención por su parte.

Ella negó con la cabeza.

-Sin embargo no lo has podido evitar. Tu madre siente por él debilidad y clara preferencia. Eso tu no lo puedes sufrir, tu eras la reina, ha nacido el pequeño y te ha destronado, para él y no para tí, fueron desde ese momento todas las atenciones, atenciones que habías previamente arrebatado a tus hermanos mayores. Porque tienes hermanos mayores, no es así.

A mi pregunta asintió con la cabeza, añadiendo.

-Dos hermanos mayores que yo.

-Temías ser destronada y perder el afecto de tu madre, que probablemente era muy poco el que de ella recibías, aún así temías perder ese poco afecto que te proporcionaba y veías su embarazo como un auténtico peligro contra tu seguridad familiar. Odiabas el embarazo de tu madre, y por supuesto detestabas a su causante, la criatura que llevaba dentro.

El día de su nacimiento fue el peor de los días de tu vida, fingías alegría, pero no tenías consuelo posible, ni siquiera tu padre del que siempre has tenido su cariño, logró consolarte. Desde ese día comenzaste a odiar a tu madre, a tu pequeño hermano y al mundo.

El día que tu madre dijo que le ayudases a cambiar el pañal, te encontraste con sus heces y no pudiste reprimir las arcadas y el vómito. Vómito que representaba una expulsión y un rechazo, al igual que ahora representa una expulsión de tu cuerpo, un aborto. Seguro que has pasado gran parte de tu embarazo vomitando. Volvió a encogerse de hombros y fijó sus ojos desafiantes en mí. Iba a continuar hablando sin hacer caso alguno de sus miradas cuando me espetó fríamente.

-Con mi marido estoy en el baño, no me importa absolutamente nada el mal olor de sus heces, ni a él le importa como huelen las mías.

-Lo celebro y eso está muy bien. Pero debes tener presente que la mierda no huele ni bien ni mal, la mierda huele a mierda. Si hay algún cerdo ese es el que no caga porque deja la mierda dentro de sí, además es un síntoma de tacañería, sobre todo de tacañería amorosa, a veces se tiene lo que hoy en día se conoce como colón irritable, enfermedad que tiene mucho que ver con lo que hemos hablado anteriormente.

Quiso defenderse insistiendo sobre su comentario anterior.

-Con mi marido en el baño, jamás he tenido una sola arcada, ni un asomo de vómito, ni tan siquiera una mueca de disgusto.

-La razón es bien sencilla, a tu marido no lo rechazas, me atrevería a decir que no lo quieres tampoco, si lo quieres es para utilizarlo y manipularlo. Te agarras a él como naúfrago a un madero, has buscado un personaje similar a tu padre, buen hombre probablemente, pero absorbido por el neurótico carácter de tu madre. Has hecho una fotocopia de ese comportamiento con tu marido y el adopta contigo una aptitud paternalista y tu la de hija manipuladora.

Hice una pausa y luego le espeté de súbito.

-¿Cuántas relaciones totales, y cuando digo totales, digo con penetración, mantienes con tu marido a la semana?.

-Llevamos diez años casados.

-Ya me has respondido y yo ya he hablado suficiente. Avisaré que vengan a limpiar el suelo.

Ya en la puerta dije.

-Si tuviera autoridad, a las mujeres como tú le retiraba inmediatamente sus hijos. No estáis preparadas para realizar la función de madres.

Salí de la habitación, preguntándome mentalmente ¿Quiénes lo están?.

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