17º Dios los da, ellos se juntan.

Me encontré por los pasillos del hospital con un conocido que tenía cita para una consulta en el servicio de nefrología.

Sentía molestias en uno de los riñones con un insistente dolor que se le manifestaba hacía la parte delantera.

Debo mencionar que este conocido vivía de noche, solamente se le veía por el día en condiciones especiales. Su vida y sus hábitos eran totalmente nocturnos, no había garito para él desconocido, la ciudad para todos oculta, la ciudad del submundo, para él no tenía secretos. Sus relaciones personales se extendían desde industriales e individuos relevantes que pasaban por personas de bien durante el día, a delincuentes y prostitutas.

Bebía como un cosaco, sin embargo jamás se le vió tambalearse. Comía como un cura y sin embargo su cuerpo permanecía ágil y sin adiposidad indeseada. 

Tenía conversación fluida, aunque lo era mejor escuchando pacientemente a todo aquél que se topaba por las noches.

Nosferatu, le llamaba yo cariñosamente cuando nadie nos oía, por su analogía con el protagonista del histórico film del cineasta Murnau.

El me respondía, Nosferatu es solo lascivia mezclado con el deseo y el temor sexual de funcionarios, ambos carecen del refinamiento hedonista del amante de la noche.

Comunicarme el nombre de quien iba a consultarle y prorrumpir yo en carcajadas, todo fue uno.

Preguntó con sorpresa el motivo de mi alegría.

-La susodicha señorita especialista en riñón o nefróloga, como más gustes llamarla, tiene por personal y placentera costumbre, a todo paciente varón esté aquejado de la enfermedad que sea, le realiza un tacto rectal.

En pocas palabras, no te va a meter un dedo por el culo, sino dos, que es como a ella le place hacerlo.

No podía parar de sonreír, sonrió el también, instantes después su rostro cobró una oscura y reconcentrada seriedad que solo había visto ponérsele en circunstancias comprometidas.

-Estoy deseando que lo haga, seré un paciente modelo. Me dijo.

La seriedad se borró de su rostro, sonriendo se alejó sin despedirse de mí, pero la oscuridad permanecía en su cara sin que la sonrisa llegase a ocultarla.

Unos meses después volvimos a encontrarnos, pero esta vez en la calle. Le pregunté sin recato alguno y llena de curiosidad, como le había ido la consulta.

-La consulta aquella fue estupendamente. Nunca debió haber un caso semejante de tan buena colaboración entre paciente y doctora.

-¿No te hizo el tacto rectal? ¿Pudiste librarte de él?. Te negaste claro.

-En absoluto. Me hizo el tacto rectal, permití que introdujese sus dedos y que explorase a sus anchas y a sus largas, con algún que otro intencionado gemido por mi parte, difícil de interpretar si de molestia o de placer. Lo que si sentía yo en mi cuerpo era la excitación del suyo.

-¡Está todo bien!. Me dijo ella turbada al finalizar de explorarme.

Yo, repentinamente me giré, tenía los pantalones bajados, la cogí por los brazos, le día la vuelta, la puse en la misma posición que ella me había puesto antes, coloqué una de mis manos en su nuca, baje sus bragas, con la otra mano, recogí con mis dedos una buena cantidad de vaselina del bote y los hundí en su culo hasta el fondo.


-¡Joder que fuerte!. Exclamé.

-Después la sodomicé, llegando al final los dos al mismo tiempo.

-¡Joder! Volví a exclamar sin salir de mi asombro.

-Sí, eso mismo hicimos y eso mismo hacemos diariamente, por delante y por detrás. Llevamos un mes viviendo bajo el mismo techo y durmiendo en la misma cama. Creo que estamos enamorados.

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